Josep Baselga nació el 3 de julio de 1959, su horóscopo no podía ser otro: cáncer. Es un mal chiste al cual está acostumbrado. Su padre fue médico especializado en medicina ocupacional, su abuelo, el médico del pueblo de Cardona. El eminente oncólogo, recién nombrado [2009] miembro directo de la Asociación Americana para la Investigación del Cáncer, llega una hora y media tarde a la entrevista. Lo más angustioso es que detrás de mí le esperan veinte pacientes deseosos de saber si morirán o vivirán. En el despacho apenas hay huellas personales —dos fotos familiares, el doctor con su mujer, la economista Silvia Garriga, y sus cuatro hijos—. Tengo una persiana de madera laminada enfrente y querría ponerme las gafas de sol, pero debo mirarle a los ojos. Radiografiarlos, intuir qué le empuja a responder, cómo quiere ser visto. Habla rápido, piensa rápido. “No tomar una decisión es tomar una decisión, y en general siempre se oscila entre la vida y la muerte”. Es su carta de presentación. Dice que lo acepta. Que tiene una motivación profunda y está a favor de la pasión. La esperanza en la investigación impide que se hunda a pesar de las dificultades, también de los fracasos. Pregunto acerca de los tratamientos alternativos como la acupuntura: “Si es necesario me alío con el diablo para luchar contra la enfermedad, aunque en el tratamiento del cáncer el diablo está en los detalles. Eso te exige un trabajo de detective, no tienes que dar nada por seguro”. Con su equipo de investigadores está probando cien medicamentos contra el cáncer —23 de ellos testados por primera vez en el mundo, “somos los primeros”—. Dice que en el laboratorio el cáncer se cura. Los ratones se curan. “El problema radica en la transmisión del conocimiento de la investigación al enfermo. Y ése es mi desafío”. Baselga se mueve, viaja, se reúne con políticos, acude a menudo al Parlamento de Bruselas y se entrevista con los responsables de los laboratorios punteros que trabajan con fármacos antitumorales. “Siento el placer de innovar, de trasladar una idea a la realidad”.
Era un niño normal, un joven que disfrutaba con la moto y trabajaba en las pistas de esquí como camillero. Si hoy hubiera querido estudiar medicina no hubiera podido. Sacó un 7,5 en la selectividad y no fue hasta el final de la carrera cuando se aplicó y lo tuvo claro: “Pregunté cuál era el mejor hospital del mundo especializado en cáncer y me dijeron que estaba en Nueva York. Llamé a Valentín Fuster, amigo de la familia, y me consiguió una cita en el Memorial Sloan-Kettering. Y me dije: “‘Quiero ser parte de esto’”. Estudiaba los currículos de los médicos que tenían que entrevistarlo y, cuando llegó el gran momento, se sentó frente al Dr. Mendelsohn, el presidente del Memorial. “Me entrevistó durante cuarenta minutos y, al terminar, me preguntó si quería añadir algo. Saqué mis apuntes y empecé a preguntarle acerca de sus investigaciones. ‘¿Y por qué esto? Esto otro no lo entiendo…’ Estuvimos así otros cuarenta minutos y finalmente me dijo que el puesto era mío”. Hoy firma artículos con él para las biblias de la ciencia médica.
Le pregunto qué sintió aquel día, en 1992, cuando investigaba por primera vez con un fármaco, el Herceptin, y vio cómo se iba comiendo todas las células enfermas de un tumor. Días ante había visitado el departamento de anatomía patológica del Memorial, anotando el nombre de todas las pacientes que tenían este tipo de tumor. Cuando las desahuciaban, pedía administrar el nuevo medicamento. Una de ellas era una maestra de Queens, tenía 42 años. Fue la primera enferma del mundo que se curó de un HER2 positivo con metástasis. “Fue un momento febril. Recuerdo que llamé a Larry Northon, la gran autoridad del centro, y me dijo que estaba ocupado. Insistí para que viniera a ver lo que estaba ocurriendo. Al principio relativizó, pero yo ya había hecho fotos, siempre llevo una cámara. Luego supe que habíamos hecho historia. Los oncólogos deben ser luchadores, con determinación, aunque la emotividad es buena, no puedes ser frío”.
Es un hombre religioso y le pregunto cómo se compatibilizan ciencia y fe. “Es un conflicto falso, tengo fe en lo que no puedo demostrar. El resto es ciencia. Claro que la fe no salva vidas, pero forma parte de la condición humana”. Sus avances han hecho historia, pero quiere aclarar que él nunca ganará el Nobel. Le pregunto, pues, a qué aspira: “A hacer el trabajo bien hecho y no sucumbir. Hoy ya podemos con muchos tumores antes intratables”. Insisto, la OMS dice que uno de cada tres europeos tendrá un cáncer en su vida. ¿Está preparada nuestra sociedad? “No —responde—, pero tendremos que asumirlo y buscar una solución global. Soy un optimista patológico y acabas encontrando soluciones a los problemas. ¿Cómo? Con más prevención, mejor diagnóstico precoz y mejores hospitales, tratamientos, apoyo. Curar el cáncer es mi pasión.”
(Marie Claire, junio de 2009)
fue un hombre irrepetible con un buen caracter amabilidad y sobre todo muy inteligente y con una gran ilusión por el trabajo y con mucha tenacidad yo lo tuve como médico en bcn y lo primero que me dijo fue tú no te morirás de esto lo apreciaba mucho y siempre me he seguido acordándome de él y hoy al leer la noticia estoy apesadumbrada que se haya muerto tan joven
Soc una veïna del barri de Montbau, on ell vivia de petit.
Li vaig fer clases particulars un estiu.
Em va rebre amb gran amabilitat i profesionalitat en el Hospital de la Vall d’Hebró de Barcelona, per una consulta d’una amiga. Va visitar al meu marit que va morir d’un glioblastoma multiforme grau IV. Estimat Pep, estic molt trista perquè has marxat.
Mestres visqui et recordaré amb tot el meu cor i gran estima. GRÀCIES ,GRÀCIES per tot el bé que has fet. El meu condol a la familia.
La gent com ell no s’hauria de morir mai. I menys tan jove
GRÀCIES DR. BASELGA
Ànims a la familia