¿Los periodistas somos meros observadores de los hechos o somos testigos de ellos? A menudo me planteo esta cuestión, cuando la vida me acerca a personajes que viven iluminados por el foco; pero de forma excepcional, con algunos, la observación se transforma en relación. En ocasiones, agarro por la solapa a la mirada consciente e intento leer sus gestos y sus rasgos, fijarme por ejemplo en cómo se manejan con la duda o la contrariedad, observar si saludan a los camareros o a las señoras de la limpieza. Si hablan muy rápido cuando quieren conseguir algo o si están más pendientes de su pelo, de su bolsillo o de su teléfono. En el caso de Pastora Vega, no he dejado de observarla desde que un trazado de coincidencias y afinidades construyó un nuevo espacio de relación. A día de hoy puedo asegurar que he sido testigo de su aplastante coherencia vital, cercana cuando más falta hace. De su coraje, su perfeccionismo, su carácter fuerte y su duende flamenco. Bisnieta de la bailaora Pastora Imperio y nieta del torero Rafael Vega de los Reyes, “Gitanillo de Triana”, llevaba el arte en la sangre, a pesar de lo cual estudió Derecho antes de lanzarse al mundo del espectáculo. El programa “Y sin embargo, te quiero”, junto con Ignacio Salas y Guillermo Summers, la convirtió en una mujer-icono de unos tiempos menos contenidos y rígidos. A lo largo de sus casi 30 años de carrera ha trabajado con los mejores, tanto en la gran pantalla: “Amanece, que no es poco”, “Demasiado corazón” —por la que fue candidata al Goya a la mejor actriz secundaria—, “Todos los hombres sois iguales”, “Ilona llega con la lluvia”…, como en la pequeña: “Los pazos de Ulloa”, “Delirios de amor”, “Cuéntame cómo pasó”, “Amar en tiempos revueltos”… En los últimos años la he visto ejercer los diferentes roles que nos otorga la vida —o que elegimos—, siempre atenta con los camareros y las señoras de la limpieza. Y puedo afirmar con objetividad que Pastora Vega ha conseguido una de las conquistas más importantes del ser humano: mantener el misterio.
Es domingo al mediodía, en su casa de Madrid, en un sofá de terciopelo crema. Pájaros y jazz. Una casa blanca con una pared roja, fiel retrato de esta mujer que, contrariamente a lo que mucha gente pueda opinar, es más racional que apasionada, contemplativa y a la vez hiperactiva, buena amiga del sentido común y fiel amante de los mundos sensibles. Será su yo y sus circunstancias, pero siempre con dignidad aristocrática. En el salón, su bisabuela Pastora Imperio retratada por Manuel Benedito Vives. Velas blancas, ceniceros blancos. La placidez tras el gran ventanal, a pesar que desde hace seis meses, y a causa de su separación matrimonial, los paparazzi han invadido su calma. La locura y el atropello. Especialistas en leer los labios han interpretado sus conversaciones, la prensa del corazón ha alborotado sus corrales, y ha perseguido de forma compulsiva su intimidad. Incluso ha habido juicio moral, con su consiguiente aquelarre. El 28 de mayo Pastora Vega cumple 50 años. A primeros de junio estrena en Barcelona —en el Teatro Apolo— la obra de teatro “Una relación pornográfica”. Con su pareja actual, Juan Ribó. Hay que volver a observar…
¿Tiene más de un cuarterón gitano, no? ¿Cómo se lleva?
Un poquito más, lo que se llama en el código gitano “cuchichi”. ¡Póngame cuarto y mitad de sangre gitana! He vivido en una familia absolutamente integrada en la sociedad paya; la sangre gitana me viene por parte paterna, y estoy muy orgullosa de ello. Pero no soy un exponente claro de la mujer gitana que se ha sentido discriminada por fricciones entre la sociedad paya y la cultura gitana. Sería ridículo que yo me colocara en ese lugar. Los valores gitanos existen, pero no son exclusivos de esa raza. También soy crítica con aspectos de la cultura gitana, como procuro serlo en la vida…
¿Cree más en el destino, en la casualidad o en lo que construye una misma?
No creo en la casualidad, cada vez menos. Todo ocurre por algo. Sé que se está convirtiendo en un tópico, pero creo en las causalidades y no en las casualidades, aunque muchas veces no somos capaces de entender lo que sucede y si nos conviene o no. A menudo tenemos una percepción de la realidad muy miope, y sin embargo, con el paso del tiempo, con la madurez y la sabiduría que dan los años, es otra cosa… ¿El destino? Yo creo que somos mucho más dueños de lo que puede pasar de lo que creemos. Echarle la culpa al destino es cobardía, todos somos responsables de lo que nos ocurre.
¿Y cree en el realismo mágico?
Sí, absolutamente. Es el “estado de gracia” en el que dejas que tus mecanismos de defensa, tus miedos y tus deseos se aflojen. Por un lado, depende de tu predisposición a que ocurran cosas, y por otro, de lo que consideres mágico; con el tiempo puede ser mágico un atardecer en soledad. La magia se produce cuando te conectas contigo misma y todas las piezas encajan. Creo que la auténtica conexión conmigo misma se está produciendo ahora. Hasta hace poco me resistía a lo que ocurría, interfiriendo en muchas cosas con mis miedos, con lo que creía que debía ser. Mi esencia, como mujer y como artista, está empezando a salir en este momento, a punto de cumplir 50 años. Porque ahora sé lo que quiero y lo que no quiero, lo que estoy dispuesta a aceptar y lo que no. Se trata de un verdadero momento de madurez.
Pero siempre ha proyectado una imagen de una mujer muy segura de sí misma…
Sí, porque forma parte de mi carácter. Soy valiente y, en general, firme, rotunda, segura. Cuando tomo una decisión le doy muchas vueltas, soy una mujer muy responsable. Lo que no quiere decir que ahora esté siendo yo misma al 100%. Me he dejado llevar mucho por lo que yo creía que tenía que hacer en cada momento. Y ahora, por primera vez, estoy alternando lo que creo que debo hacer con lo que siento, lo que creo que merezco y lo que me apetece. Por primera vez concurren estos factores y lo que pienso que debo hacer se corresponde con estar bien yo.
El carácter es el destino, decía Nietszche.
Esa parte es la que ahora se está perfilando, curiosamente. La que se está limando, o domando. Quiero que esté menos presente porque, en el fondo, he enmascarado con él muchas inseguridades. El carácter controlado, organizador, previsor, siempre aparenta seguridad con una misma, pero puede esconder algo que no quieres ver, o que te da miedo. Estoy empezando a permitir que salga la verdadera Pastora, que siempre ha estado pidiendo un sitio y que se ha pospuesto por una serie de causas de las que no me arrepiento porque también han tenido su sentido y su lugar, como son crear una familia. Pero ha llegado el momento de posponerme tan descaradamente.
Entonces, ¿se está liberando de cierta máscara que le iba bien pero que le aprisionaba?
Exactamente. Me iba bien, pero no era del todo feliz. Siempre que una pareja se rompe, la gente se pregunta si hay terceras personas. Y pueda haberlas o no, pero creo que realmente el tercero es uno mismo, una parte de ti que no estaba bien, que pedía un espacio que no tenía, un camino por el que no podía avanzar. Y la única forma de avanzar es, desgraciadamente, la independencia, la no-pareja.
Para llegar a este punto ¿ha podido revisar su ida sin arrepentirse de nada?
Evidentemente, los 25 años con Imanol son una parte enorme de mi vida; un periodo importante, no sólo por nuestros dos hijos, sino por muchas cosas más que hemos creado y vivido juntos, incluidas las dificultades compartidas, porque superar obstáculos también une y enseña. Por el momento, Imanol ha sido el hombre más importante de mi vida, y mi relación con él es muy buena. Todo el mundo está muy sorprendido, empezando por nuestro abogado, porque no se ha encontrado nunca una pareja que se lleve tan bien en una separación. Nos da todo el rato la enhorabuena. La vida cambia y hay un momento en que un hombre y una mujer evolucionan de forma distinta y no hacen bien siguiendo juntos, pues no han encontrado —aunque lo hayan intentado— la fórmula para seguir conviviendo como pareja. No es fácil tomar la decisión, pero nada es fácil en la vida… Eso es lo que nos ha pasado a Imanol y a mí, y se podría explicar con pelos y señales, pero pertenece a mi intimidad. Todos deberíamos tener la bondad y la tolerancia para entenderlo.
Pero durante estos veinticinco años, ¿ha habido una renuncia voluntaria a su carrera profesional? ¿Qué suponía ser “la mujer de Imanol”? ¿Puede hablar de esa sombra?
Esa sombra nace en el momento en que una pareja decide construir una familia, sobre todo si el proyecto de futuro lleva hijos de por medio. Si no, ignoro qué habría pasado: habríamos acabado a los cinco años o quizá seguiríamos juntos… Por mi manera de pensar y de sentir, por cómo estoy educada, cuando aparecen niños, son para mí, no para una abuela, ni para una muchacha que los cuida… Dos padres ausentes que llegan siempre cansados a casa, a la larga, se paga: lo pagan los niños y lo pagas tú. En mi familia las cosas se han desarrollado de tal modo que, a pesar de tener dos hijos con 14 años de diferencia, yo he sido la que, por las circunstancias, pero también porque he preferido estar al lado de mi familia, he organizado la casa y he estado con mis hijos en vez de encontrarme con que los dos estábamos rodando 12 horas, llegando reventados y teniendo que preparar las secuencias del día siguiente… Entonces, el que ha tenido siempre más posibilidades ha sido Imanol, no yo. Pero a lo mejor a mí me podría haber ido en la vida de otra manera. En cualquier caso, mi renuncia ha sido voluntaria, en absoluto impuesta, un pacto de pareja, que sí tiene un punto de sombra.
¿En algún momento se sintió profesionalmente eclipsada?
De ser Pastora Vega, una recién licenciada en Derecho que, de forma casual, salta a la televisión y se convierte en una chica mediática, pasé, a partir de mi embarazo, a que mi carrera se quedara en un segundo plano y a ser “la mujer de Imanol Arias”. Nunca me he considerado solamente la mujer de Imanol porque no es mi forma de sentir. He intentado siempre aceptarlo, pensar que es lógico que la gente diga: “Mira, ahí va la mujer del de ‘Cuéntame’”, ya que ni siquiera dicen “la mujer de Imanol Arias”. Así que, durante los últimos años, he sido “la mujer del de ‘Cuéntame’”… y con mucho orgullo. Pero ése es sólo un aspecto, luego está la parte interior: cómo conecta eso con tu esencia personal.
Volviendo a su momento actual, deciden separarse de mutuo acuerdo, y entonces se empieza a escribir su historia con tintes misóginos: usted es la pérfida, la malvada, la rompeparejas…
Sí, estamos asistiendo desde hace unos años a un circo mediático que tiene bastante poder y que va in crescendo. Cada vez más medios de comunicación necesitan tener unas dosis de crónica del corazón: hablan, juzgan y descalifican… Yo estoy sufriendo ahora algo que no he padecido en veintitantos años de profesión, desde que empecé a dedicarme a esto y enseguida empezaron a reconocerme por la calle… Era consciente, cuando tomamos la decisión de separarnos, de que estaba perdiendo el anonimato que me proporcionaba mi pareja conocida. Ahora todo lo que hago y todo lo que ocurre a mi alrededor es noticia e interesa, y no sé por qué, me gustaría saberlo, porque nunca he alentado esto: nunca he vendido mi intimidad ni acudido a programas. Me lo han propuesto muchas veces, pero siempre he dicho que no. Y voy a seguir diciéndolo, pero, aun así, da igual. No hay una sola semana desde el 17 de noviembre, cuando se hizo público el comunicado de separación, en la que no se hable de mí —directa o indirectamente— en algún medio. Sabía que esto iba a ocurrir, pero no que iba a tener estas proporciones. Y lo llevo mal. Una pareja se rompe, a la gente le da tristeza, le sorprende, se pregunta cosas, ya sabemos que los culebrones funcionan y que la intimidad ajena interesa, pero ya está, señores: me he separado, me llevo muy bien con él, él ha encontrado a una persona, yo he encontrado a otra, nuestros hijos están bien. Mi entorno no se ha desestabilizado por la separación, tengo un proyecto de teatro que me ilusiona. ¿Dónde está el problema? ¿Por qué tengo que tener coches siguiéndome? ¿Qué esperan que me pase?
¿Ha sentido el peso del machismo en este juicio público? El discurso que siempre exculpa a los hombres mientras la mujer se convierte en sospechosa.
Sí, claramente. Me he dado cuenta, sobre todo, del machismo de las mujeres, que duele más. Del que son responsables muchas mujeres, y muchas mujeres periodistas (o que se dicen periodistas). Somos capaces de un montón de cosas que se nos han negado por el mero hecho de ser mujeres y justo cuando puedes ser tú misma, tomar decisiones por ti misma y estar a la par de los hombres, resulta que este circo mediático va en contra de las mujeres.
¿Quién es Juan Ribó?
Es un señor y un actorazo. Un hombre de teatro que ama su profesión, riguroso en su trabajo y tremendamente vocacional que se ha convertido en un compañero de viaje en un momento en que quiero vivir mi profesión y mis relaciones de otra manera. He encontrado sobre todo un gran amigo, porque pienso que la amistad es la base de las verdaderas relaciones de pareja. Todo lo demás va cambiando, va evolucionando, pero la verdadera amistad sobrevive a todo. Y es también una persona que me enseña infinidad de cosas, con la que me divierto mucho porque somos muy parecidos, tenemos mucho en común; entre otras cosas, esta obra de teatro, que nos tiene muy ilusionados. Creo que “Una relación pornográfica” es algo mágico en mi vida. En los últimos años he recibido muchas propuestas para hacer teatro que por una u otra razón no han cuajado, y justo me llega esta historia en el momento adecuado.
“Una relación pornográfica” habla del bloqueo de los sentimientos, del miedo a amar…
Sí, fundamentalmente habla del miedo a sufrir por amor, no tanto del miedo a amar, porque amar es algo que ocurre. El miedo al compromiso es algo muy habitual en unos tiempos donde nos cuesta más asumir esa responsabilidad. Nos hemos acostumbrado a amar de una forma dependiente y adictiva: queremos cada vez más y deseamos que siempre sea igual de maravilloso. Y nadie nos ha educado para querer de una forma en la que te reconozcas en el otro, sabiendo que el otro también tiene cosas que no coinciden contigo. Envejecer del lado de otra persona que conozca tu parte oscura es incómodo, desagradable, porque saca una parte de ti que no te gusta. La otra habla de una relación que en el comienzo es específicamente pornográfica, pero que se convierte en otra cosa. Y al final plantea un pulso entre el miedo y el amor, que yo creo que son incompatibles.
¿Qué tiene la protagonista de Pastora?
Muchas cosas. No sé a dónde me va a llevar Manuel [González Gil, el director]. Yo veo una mujer que no calla, que se esconde en su verborrea. Atrevida y valiente, aparentemente lleva las riendas de la relación, pero a la hora de la verdad es poco sincera consigo misma. Yo no soy así, y menos en el momento de mi vida en que he optado por lo contrario, mientras que ella sigue en la trampa. Tengo en común con ella el momento “ahora o nunca”. Pero creo que soy más sincera conmigo misma, y nunca sería tan atrevida porque soy más pudorosa. En esta obra, el miedo es más poderoso que el amor. Y yo prefiero que en mi balanza pese más el amor.
Es verdad que la obra toca un tema muy actual, que es el amor líquido: esas relaciones que caducan antes que un yogur, que no están dispuestas a asumir decepciones…
Quiero que el otro me devuelva como un espejo la parte que me interesa ver, y nunca la que no deseo ver. Eso nos lleva a una postura cobarde, muy poco enriquecedora, porque si no te arriesgas no te enriqueces, no vives. Es maravilloso poder decirle al mundo: existe el amor, y se puede empezar de nuevo a partir de los 50, incluso de los 60, en el momento en que tengas energía, fuerza y capacidad. La vida empieza cada día.
¿Es una madre-coraje?
Lo normal. Mis hijos son lo más importante de mi vida, como para la mayoría de las madres, pero sin pasarse: me parece que las madres que se autoanulan por los hijos hacen mal. Madres que viven a través de sus hijos lo que ellas no han podido hay muchas en el mundo artístico… Soy muy madraza, pero siempre tengo clara la línea divisoria entre mi vida y la de mis hijos. Intento tener con ellos una relación de gran complicidad y de mucha comunicación. Y también con humor: yo me río muchísimo con ellos. En general, hay mucha risa en mi vida.
Tiene un hijo de 23 años que se dedica a la música, que además creo que es su fan. ¿Entiende su tiempo, su imaginario?
Sí, lo entiendo, aunque no lo vivo. No participo de él. Muchos padres se han enganchado a ese mundo porque ellos no pudieron tenerlo, pero a mí los myspace, tuenti, facebook… no me interesan nada. Me aleja de las cosas de las que tenemos que estar muy orgullosas, como la literatura, el arte, la libertad de poder discutir… Internet, que tiene muchísimas cosas que me gustan, es una herramienta que ha trastocado absolutamente el momento que vivimos; pero si me preguntas, en este momento, creo que tiene más cosas negativas que positivas.
Nunca le hemos visto en ninguna plataforma con Zapatero, aunque es una mujer comprometida. ¿Ha querido despolitizarse?
Nadie es apolítico, desde el momento en que naces eres política. Todo lo que pasa a mi alrededor me afecta y me siento directa o indirectamente responsable, por lo tanto, creo que debo tener una coherencia en mi vida. Me sigo considerando una mujer progresista, una mujer de izquierdas, en el sentido de ser una mujer de mi tiempo, que intenta estar abierta a lo que sucede y comprenderlo. Y soy absolutamente sensible al dolor ajeno, a la injusticia y al maltrato en cualquiera de sus manifestaciones, que me afecta personalmente. Soy incapaz de mirar hacia otro lado, pero hoy soy más escéptica frente a tanto manifiesto. En momentos determinados, yo me he manifestado contra la guerra, contra ETA, etc. Pero a partir de un momento, llevar un lacito en la solapa, firmar un manifiesto o ir a una manifestación, desgraciadamente, no sirven para nada. Creo que hay que echarle un poco más de imaginación y buscar otras maneras de intentar transformar la sociedad, y creo que la gente de bien encontraremos la manera de unirnos y de seguir construyendo un mundo mejor, más justo.
En la redacción me decían: ¿y por qué Pastora, siendo una comunicadora nata, no ha hecho más televisión?
También me gustaría saberlo a mí… Es una pregunta para la que no encuentro respuesta. No entiendo cómo no presento un programa de televisión. Tengo ideas, proyectos… También es verdad que yo en un momento determinado opté por mi trabajo como actriz, y era una época en la que eras actriz o presentadora, e incluso, si me apuras, eras actriz de cine, teatro o televisión, estaba todo muy compartimentado. Yo misma rechacé ser presentadora en una época, y 20 años después, con el programa de cine que hice en Telemadrid, me di cuenta de que me encanta presentar un programa de entrevistas o de música… me da igual.
Llegamos a los 50. A la edad en que una actriz llega a su madurez, pero los programadores tan sólo quieren a gente joven encima del escenario.
Ante eso, cuando a mí me cae esta obra en las manos lo considero verdaderamente un regalo, porque muy pocas actrices de mi edad reciben una oferta como ésta. Es un bombón de personaje: tiene mi edad, es universitaria, de clase media, etc. Es una mujer normal, ni una modernaza ni el prototipo de mujer sexy; en definitiva no es un estereotipo… Se trata de poder hacer un personaje interesante que hable de algo que nos afecta a todos, atemporal, universal, y eso es un lujo por el que cualquier actriz de mi edad mataríamos. Porque somos conscientes de que a partir de una edad ya no nos ofrecen papeles protagonistas. Las que cuentan las historias en primera persona tienen menos de 40 años o así. De lo que no se dan cuentas guionistas y productores es de que ahora una mujer de 50 años puede empezar una nueva etapa, puede estar estupenda y puede ser protagonista. En la obra, el personaje que interpreta Juan me describe así: “Una mujer que tiene de todo, guapa pero con estrías, un poco de celulitis, una mujer de verdad” (risas). Lo alucinante es que retes al paso del tiempo y que desafíes a lo que venía siendo lo normal en las generaciones que te anteceden, en las que con 50 años ya eran casi ancianas.
¿Cuál ha sido su relación con la belleza? ¿Con su belleza?
A veces, de pudor. Por ejemplo, en estas fotos para el reportaje me da cierto pudor mostrar esa parte potente, sexy. La belleza desafiante, que es la que marca un poco las reglas del juego sexual… Por otro lado, hay una parte de mí que dice, ¿pero por qué no? Hay muchas mujeres de mi edad, incluso mayores que yo, que siguen yendo con ropa provocativa —y a lo mejor tienen piernas para llevarla—, pero no es una cuestión de piernas, sino de que en ese momento ya no tiene sentido. Una tiene un termómetro propio, que no establece la sociedad, que te hace sentir, de pronto, que no debes ir vestida así porque no estás sacando lo mejor de ti. Hay algo patético en no aceptar que eso ya no te corresponde. Como verás, yo tiendo a la discreción.
(Marie Claire, junio de 2010)
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