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Vicente Verdú: La vida en minúsculas

Tras desatar un jugoso debate sobre el futuro de la novela, Verdú defiende en su último libro la escritura de la existencia. Un tránsito hacia la madurez marcado por la pérdida de su esposa.

Por Joana Bonet

Un viaje por la vida. De la ansiedad a la calma, de las noches a las mañanas, de la autoexigencia a dejarse ser uno mismo. Y aceptarse. La oscilación entre el pulso intelectual, la voracidad del saber, y en el extremo contrario, el péndulo de la lentitud. La curiosidad, enamorado del amor, y el aprendizaje del otro… el largo amor. La enfermedad. El dolor de estómago. La adicción al gelocatil. El olor del cáncer y la muerte de la esposa, Alejandra: “Un T4, primario de pulmón, la vida que se quedaba conmigo fue pareciéndome una ficción, una adicción artificial del tiempo ya vivido y padecido”. Pero antes Vicente Verdú se alzó de nuevo la literatura de la vida. Todos estos elementos conforman “No ficción” (Anagrama), un libro diferente, honesto, tejido con las pequeñas y las grandes partículas de la realidad. La escritura de Verdú es epidérmica y a la vez subterránea. Subraya lo paradójico que se esconde tras las capas más visibles de nuestro ir y venir. Y como un cianuro del tejido social, disecciona los tics del individuo contemporáneo. Verdú es un provocador serio, un buscador de noticias sin hacer ruido, un pensador moderno que ahora cuenta fragmentos de su propia vida estrechando la mano del lector. “No ficción” es búsqueda y hallazgo.

¿Puede hacerse un autorretrato?

Fui un niño muy obediente, buen estudiante, y a la vez quería ser un buen futbolista, un hombre fuerte. Toda mi vida ha sido así. Leía a Julio Verne y esas cosas que me daba mi padre. Él era republicano, abogado, y le gustaban mucho la política y la vida intelectual. Me interesó la poesía, que reúne dos pasiones: la pintura y la música. No escucho música, porque tengo la música de las palabras. Esa secuencia de la frase es mi melodía. Y la pintura, porque las palabra en la poesía son piezas de color, densidad, textura, sonido, morfología… Estudié económicas y periodismo, hice el doctorado en París y allí me prometí que me ganaría la vida escribiendo.

Quería ser poeta. Con una tenacidad enorme. Incluso a la provecta edad de 38 años pedí una beca para que me dejaran escribir sólo poesía durante un año. Pero nunca gané un premio. Siempre quedaba finalista.

¿“No ficción” refleja su intención de acabar con la novela tradicional?

El fin de la novela es la no ficción. En los países en donde pasan cosas, como en México, está muy bien que se cuenten historias descarnadas. Pero nosotros tenemos una vida muy previsible y ordenada. Nuestro conflicto está aquí, no hay que elegir un paisaje.

¿Cómo se destierra la ficción?

Se han ido acumulando instrumentos transmisores de la realidad y el mundo primitivo, desnudo, se ha ido revistiendo. Todo está tamizado, transmitido y formateado, ya no hay posibilidad de distinguir esa realidad de la realidad en la que nos desenvolvemos.

Afirma que la tercera persona es una falacia, incluso que es cursi.

Efectivamente. Acabo de leer “Chesil Beach”, de Ian McEwan, escrito en tercera persona. ¿Cómo puede saber ese señor lo que ha ocurrido en la noche de bodas? Está hablando de un asunto que no conoce bien. O que el pudor le impide expresar. La imposibilidad de afrontar la herida sin su pestilencia, la sangría sin la salpicadura, hace que se recurra a la tercera persona, que como es tan mentirosa, tan fingida, pues admite cualquier arbitrariedad. El narrador omnisciente permite acceder a otras realidades a las que la gente nunca accederá. Pero a través de los viajes, de la televisión, esas realidades están ya al alcance de nuestra mano.

¿Y dónde quedan hoy “Guerra y Paz” o “Madame Bovary”?

En el Museo del Prado hay cuadros de Velázquez, del Barroco, impresionistas… Pero una exposición de gente joven haciendo impresionismo parecería una farsa. Ésa es la cuestión. Cuando se escribe “Guerra y Paz” hay un señor que lee y un grupo de gente analfabeta alrededor que está escuchando. Y cuenta batallas que nadie ha presenciado. Es un mundo coherente con esa época. Ahora, este señor contándonos un campo de concentración en tercera persona… ¡por favor!

¿Cuáles serían los principales referentes literarios de esa descripción del paisaje interior?

Para mí, el referente por antonomasia es Kafka. E Italo Svevo, que contaba su vida por consejo de su psicoanalista. También Flaubert, porque no sólo contaba peripecias, hacía poesía con la escritura. Un libro no necesita ser leído hasta la última página para sacarle provecho, se saborea en cada trance.

En cuanto a autores contemporáneos, ¿salvaría a alguien de la hoguera? ¿Coetzee, por ejemplo?

Todos éstos son muy pesados. Todavía arrastran el legado de esa escritura egocéntrica, solipsista y no piensan en el receptor, que es una persona cada vez más ocupada. La escritura fragmentaria es muy coherente con nuestra época.

¿Se ha terminado la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace?

¡Es que nuestra vida ya no tiene esa estructura! Eso corresponde a una vida muy trazada, unidireccional.

Asegura que cuando una persona no interesa por su biografía, está fuera del sistema.

Los papeles institucionales antes eran la leche, ahora no son nada. Hay una demanda de gente que pueda ofrecer relatos y experiencias de interés.

Por otro lado, los héroes de nuestro tiempo son efímeros.

Como norma general, sí, pero también hay gente que lleva cuarenta años en el escenario y sigue siendo alabada. Ha desaparecido una época a la que asirse. Y a veces lo compensamos haciendo vigente a gente de entonces. Porque en la de ahora no se puede confiar.

Confiesa que nunca ha sido suficientemente fuerte como para vivir sin adherencias, para luchar desarmado.

Ahora estoy armado de paciencia. No puedo pedirme más. Matisse superó una operación en la que se jugó la vida, empezó a hacer un tipo de obra diferente y dijo: “Ahora por fin puedo decir lo que quiero decir”. Yo he llegado a eso.

Asegura que el consumo de estimulantes tiene que ver con la autodestrucción.

Es que aportan la promesa de que hay alguien dentro de ti mejor del que eres y al que se puede despertar. Y llega el punto en que te das cuenta de que eso lo que hace es dañarte. Y ese tú contra ti mismo supone pérdida de autoestima.

En su libro habla del abandono de las adicciones.

Cuando murió Alejandra, mi mujer, una amiga se acercó a consolarme y no me dio otro consejo que “ve a un gimnasio”. Ni psicólogo ni toma no sé qué… “Vete a un gimnasio”. Y tuvo razón. Porque estar fuerte ayuda a ver la vida de otra forma.

¿Es el tedio el principal problema que nos acecha?

La cultura en la que nos encontramos está siempre mordisqueando el tedio. Toda distracción está buscando los entresijos del aburrimiento para convertirlos en recreo.

El amor a las a las mujeres es parte de su vida.

He tenido suerte con ellas. Los momentos de debilidad en los que no he estado enamorado han sido excepción. A mí las mujeres me han gustado mucho y han sacado lo mejor de mí, me han dado seguridad y estímulo para vivir. Cuando no las he tenido lo he sentido como una mutilación.

¿Cómo se gestiona el amor maduro?

Yo viví el amor maduro con Alejandra. La época en que estuvimos mejor fue cuando nos dejamos ser. Sin dejar de protestar cuando algo no nos gustaba del otro. Descubrí muchos aspectos de una personalidad que no se parecía a la mía y dejándola hacer, sin intervención y observándola, encontré muchos elementos que me interesaban.

¿Cuál ha sido su vínculo con la muerte?

Cuando tenía 12 años creía que moriría a los 24. Luego se prolongó a los 28, pero tampoco me morí, y seguí así mucho tiempo. Pensé que no llegaba a los 40, luego pensé que esa década no se terminaba, soleada, fantástica. Hasta que me he cansado de morirme tanto.

¿Defiende la calma de la madurez?

En la representación de un estanque en reposo se pueden ver una barbaridad de cosas. Cuando uno aprende a alcanzar el sosiego, encuentra la lucidez.

(Marie Claire, septiembre de 2008)

Publicado en Artículos

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