Hoy, las empresas mienten en las cartas de despidos mal llamados disciplinarios, cuando en realidad son improcedentes. Los adolescentes mienten cuando llegan tarde a casa, pero escudan su mentira en la obsesión de proteger su intimidad. También lo hacen su padres cuando les aseguran que a su edad nunca se emborracharon. Los dentífricos blanqueadores mienten, igual que las cremas de baba de caracol, los pelos teñidos, las uñas postizas o las parejas de enamorados que se cuentan una calculada edición de su vida. Mienten, como escribía Elvira Lindo, los turistas declaran no llevar ningún alimento «teniendo como tienen la maleta llena de jamón de bellota».
Nafissatou Diallo, la camarera de quien presuntamente abusó Strauss-Kahn, mintió acerca de su pasado. Sola o en compañía de otros, arguyó dramas que no le pertenecían. No hay caso, parecen decir los medios, como si hubiera dejado de importar si en verdad fue agredida por uno de los hombres más poderosos y ricos del mundo. En el civilizado Occidente, el establishment impone sus normas, sus opiniones e incluso sus mentiras. Los primeros colonos, piadosos puritanos, tenían en la verdad y la rectitud moral sus principios fundamentales. Sus descendientes, en cambio, justifican las guerras con falsedades, y no pasa nada. Pero cuando una inmigrante inventa argucias para entrar en un país y miente sobre su pasado, como mínimo pierde su futuro.
Que la mentira esté tan instalada en nuestra cotidianidad no significa que pueda justificarse, y menos en un proceso judicial. Pero no hay que olvidar que el primero que mintió fue el ex director del FMI al declarar, cuando fue detenido, que no tenía nada que ver con el asunto. Con un abogado a su lado, cambió de opinión: hubo, pero consentido, y me pregunto si aún no se exculpan más y mejor las mentiras masculinas que las femeninas. Los carísimos letrados de Strauss-Kahn han logrado invertir el juicio, y convertir a la supuesta víctima en supuesta culpable, un asunto habitual en casos de violencia machista —recordemos las famosas sentencias de minifaldas provocadoras—. Es cierto que tanto a él como a ella se les ha negado lo que les corresponde, la presunción de inocencia. Pero hay muchos aspectos en los que no se pueden equiparar los antecedentes del instinto depredador de Strauss-Kahn con la embustería de Diallo: el primero dirigía el FMI y aspiraba a gobernar Francia, ella simplemente era una camarera que limpiaba habitaciones.
Creo que no puedo compartir contigo la opinión de todo tu artículo. Estoy de acuerdo en que la mentira se ha instalado en nuestra sociedad, “mientes y eludes”, “mientes y triunfas”. Pero sin perder de vista la trascendencia de una y otra mentira, la de la camarera y la de Strauss Kanh, una y otra son poderosamente dañinas. Nos volvemos desconfiados y ponemos en marcha feroces maquinarias que nos engullen. Uno y otra me parecen igual de reprobables. Y lo que es una fatalidad es que con estas actuaciones acabamos perdiendo la credibilidad en el sistema y en nosotros mismos. Nos convertimos en ciudadanos con pies de barro a merced del que más mienta y mejor lo haga. Basta con acercarse cada día a los Juzgados y Tribunales de nuestro país. Una pena. La presunción de inocencia hace muchos años que saltó por la ventana y el derecho a un juicio justo se ha convertido en una completa ironía.
Iba en el coche dirimiendo con mi mujer esta cuestión, serían las dos mentiras igualmente reprobables?, bueno, como mentiras lesivas, sí, pero luego está la cuestión del poder. kahn lo tenía , ella no. Lo que analizamos es si son igualemnte tratadas las mentiras del poderoso abusador que las de la pícara ladina, no si estamos más o menos de acuerdo con una de las mentiras. Y creo Noire, que un poco de razón tiene Joana, al menos en lo que respecta a la mayoría de la sociedad. Existen ciertos ámbitos en donde realmente no existe diferencia, al menos no marcada por el género sino por la clase social, pero cuando se trata de dos posiciones tan diferenciadas creo que sí. Y el primer impulso mío fue considerar que esta mujer era doblemente reprobable por el daño que le hacía a todos los que atsibaban una luzatravesando esa hendija tan estrecha, de lucha contra el poder absoluto con los rudimentos que proporciona el propio establishment. Pero acto seguido intenté ir un poco más allá, y pensé ¿ por qué no me insulté con la actitud de él igualmente , cuando como progresista, deseo desde que perdió Segolene, que la gauche retorne al páis de la gauche? y no tuve otro respuesta a mano, también estoy afectado por el machismo, auqnue de un modo más evolucionado, si se me permite, peor igualmente arraigado y tranquilo en su habitat. Son muchos siglos y un mundo hecho desde la masculinidad, desde el poder que les atribuía a mis semejantes, este atruto , fláccido la mayor cantidad del tiempo, y esclavo d ela madre la mayoría del mismo. Acaso sea en esa certeza de inferioridad frente a la eternidad y la permanencia, que mis antecesores deciodieron establecer un orden de control y de dominio que le llevase a equilibrar la falta de esa sensación de inmortalidad. Aún hoy en el Tibet, hay una comunidad en que las mujeres viven en un palacio, y sólo se sirven d e los hombres, para , con la excusa de la fecundación , disfrutar de una fornicación, si bien no de más calidad que la amazónica, sí con el aliciente de lo diferente, lo dejan pernoctar en una habitación del templño y en la mañana debe alejarse en sentido del horizonte.