Armani está enfadado. Cada vez más ausente de la olla mediática, insobornable a los grandes grupos de lujo y fiel a su idea de elegancia que aligeró la rigidez de los patrones masculinos, el diseñador que supo reaccionar a tiempo y proponer —a finales de los 70— el traje pantalón para las primeras ejecutivas es un venerable anciano cada vez más encorvado, aunque sus ojos sigan clavándose en el mundo como dos chinchetas azules. «Acabemos con la moda de circo que insulta a los hombres y los ridiculiza», declaraba la semana pasada al terminar su desfile. Y, según reproducía La Stampa, señalaba a tres culpables: 1. Las finanzas: «la moda está en manos de los bancos». 2. La prensa: «me fastidia que se dé espacio en los periódicos a una colección fea» y 3. Los diseñadores: «los hombres no deben ser víctimas del estilismo, ni la pasarela debe convertirse en una mamarrachada».
Él siempre ha apostado por el lujo discreto, dándole la misma importancia al forro que a las solapas. Un viejo resistente que no se ha dejado engullir por ningún holding de los que han conseguido dotar a sus marcas de relato, recuperando mito y logo, a fin de colarse por las rendijas de identidades extraviadas. Objetos que se han convertido en sujetos y que pretenden valer más que su portador porque le otorgan un estatus al convertir el consumo en experiencia. La calle está llena de bolsos de imitación. Convive lo barato con un chispazo de lo caro: vestir a bajo precio pero con algún elemento que imprima leyenda y procure un instante de felicidad, como signo de pertenencia a no se sabe qué club privado. A fin de alimentar el engranaje, las firmas que cotizan en bolsa y en cuyos consejos de administración se tratan las estrategias y no las creatividades deben autopublicitarse. ¿Cómo? A golpe de exhibicionismo provocando que las copien.
No hace falta mirar hacia los fake markets asiáticos. A pesar de la debilidad de la marca España, nuestro país lidera el low cost textil. Inditex acaba de sobrepasar al gigante sueco H&M con una facturación de 332 millones de euros en el primer trimestre. Son muchas las razones por las que Amancio Ortega sigue recibiendo elevados elogios. Pero demasiado a menudo se olvida uno de los éxitos fundamentales de Zara: copiar a toda pastilla. La propiedad intelectual, en moda, es una quimera, porque las tendencias no pueden entenderse sin su efecto mimético, incluidos propagación y plagio. Su ciclo efímero y mortal dicta que aquello que se pone de moda, deja de serlo al instante. De ahí la imperiosa necesidad de destacar. El asunto es antiguo: que hablen, aunque sea mal, que se activen los dispositivos para multiplicar el deseo mientras se va adaptando el disparate al escaparate. Sin números circenses y sin miedo a que lo tilden de aburrido, ahí está Armani, uno de los últimos maestros de la moda.
Gusto exquisito el tuyo Joanna…ese homnre, al Armani, es una miro en la moda. Mira si será bueno, que en las pelis de la tele cuando ves alguien vestido (como en la serie de la CBS “EL GUARDIAN” tipo el traje del padre del abogado Nick de Fallin & Fallin). La moda es el último intento del hombre de su insensato machismo…aunte célebres modistas han accedido a ese mundo vetiginoso…algunos Galianos y otras especies….cortan bien pero cosen mal. Felicidades por tus artículos frescos como el rocío.
No puedo estar más de acuerdo con Armani pero es interesante tu reflexión sobre los fake, sobre la exhibición de logos o de diseños que cantan a una u otra firma y como mucha gente vive de ello..desde los top manta de los bolsos y los monederos hasta el señor de Inditex. Yo también odio la mamarrachería en cualquier área del arte…así que, si evitamos mamarrachos en la prensa, en lo mediático ¿Qué nos queda? Pues eso, simplicar, pulir, limpiar y dar esplendor. Comparto tu artículo
Bastante de acuerdo con Armani, y mucho con la autora, como tantas veces, pero cada día veo más lejos de todo a los gurus, ya sea en la moda, la economía y, muy especialmente, en el periodismo.
En la moda, industria al fin, reina el desconcierto tanto como en todo lo demás. Nada me dicen los desfiles, me aburren, me desalientan.
Mientras, arde la calle.