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El menos malo

Observo sus sonrisas voluntariosas, su tenacidad disciplinada e hiperactiva y esa dosis imprescindible de arrugas interciliares que les otorgan profundidad, o mejor dicho, perspectiva —porque la profundidad, invariablemente, necesita de las sombras—. El nuevo reinado del minimalismo, en política, es mucho más plano que aquel menos es más de la Bauhaus. No acepta juegos ópticos y rechaza el caleidoscopio de la realidad y sus efectos translúcidos. La sencillez de los mensajes y carteles electorales deviene cada vez más resuelta, más obligada. Qué diferente de la sofisticada publicidad a la que nos han acostumbrado las entidades bancarias, tan dispuestas a repartir felicidad e incluso a ejercer el coaching al más puro estilo Bucay. No en vano, los programas de gobierno municipal se han ido acortando; desde aquellos folletos de la transición, pasando por los trípticos de diseño de los ochenta y noventa, hasta el suspiro de un tuit que hoy basta para anunciar que el candidato abre el ojo y respira.

Los alcaldables, ellos y ellas, posan muy por delante de la marca del partido, evidenciando que en las municipales se vende un concepto más doméstico de la política: la cercanía. Tanto en los pequeños municipios como en las ciudades de amplias avenidas existe aún en el imaginario antropológico la idea del alcalde vecino. El que interviene en esa política aparentemente de calderilla. Pero, ¿qué hay más trascendente que la recogida de basuras o la ampliación de un cementerio? Porque si algo hace boca en el electorado es la necesidad de ilusión. Cierto es que no son buenos tiempos para la bella oratoria, pero la ciudadanía adolece de falta de estímulo y se encoge ante el dictado de las tijeras. Recortes y más recortes. Un enfrentamiento puro y duro con la verdad, despojado de ese don que se le atribuía a la política: la capacidad de proyectar el futuro.

Tal vez deberíamos resolver de una vez por todas que la política ha dejado de ser divertida, como tantos asuntos vitales que no producen placer, pero son indispensables. Lo advertía Bertrand Russell: las sociedades siempre han despreciado el aburrimiento, cuando este ha sido una de las grandes fuerzas motrices de la historia. El ocaso de las obras públicas, los eternos endeudamientos, los debates sobre presupuestos, eso es lo que les aguarda a los alcaldes el 23 de mayo. Tras la euforia espumosa llegarán los lastres que tan poco margen conceden a la creatividad. Se extiende la idea de que hoy no se vota al mejor, sino al menos malo. La política municipal ha sido caldo de corruptelas y codicias, por lo que existe un aspecto en el cual los alcaldes deben comprometerse: la ejemplaridad. Y eso significa promover las prácticas del buen gobierno y respetar, mal que nos pese, nuestra edad biológica, alejando falsas ítacas o, lo que es peor, disneylandias de cartón piedra.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Joana, yo, como ciudadana, como todo ciudadano que paga sus impuestos exigiría estas cosas a los políticos (como mínimo)
    Empatía
    Egolatría cero
    Nada de ruedas de prensa sin preguntas
    Nada de hacerse fotos en los lugares de las tragedias, para eso está la familia real y para eso les pagamos todos.
    Conocer el patrimonio de los políticos antes, durante y después de estar en política
    No prolongar el mandato más de ocho años.
    Y eso, eso es lo mínimo.
    A ver qué políticos de nuestro país. cumplen todos estos requisitos.
    Cercanía, sí…de verdad conozco alcaldes cercanos, que no dejan nada al azar y no se meten nada que no sea suyo en los bolsillos…pero esos otros hacen mucho, mucho daño, Y así estamos

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