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Los ojos de la guerra

«La guerra de Libia engancha, y mucho», me dijo hace unos días el corresponsal de guerra Plàcid Garcia-Planas. Uno de sus compañeros, el fotógrafo Guillermo Cervera, había sido embestido por los camellos de Mubarak en la plaza Tahrir cuando realizaba un trabajo sobre las mujeres egipcias que hacían la revolución a cara descubierta. Fue un aviso, porque un mes después Cervera andaba pegado a Tim Hetherington y Chris Hondros cuando fueron abatidos en Misratah. Una evidencia más de lo que significa estar demasiado cerca, siguiendo el célebre consejo de Robert Capa: «Si tu foto no es lo suficientemente buena, es que no estás demasiado cerca». Capa no se refería sólo a la distancia física, sino al compromiso personal con el escenario echado a la suerte del destino. Porque en pleno caos, primero es la entrega y después la mirada; la imagen se encuadra tras el objetivo, pero antes la ha capturado la retina y ya forma parte de uno mismo.

El sol de tarde, la arena y la tragedia construyen un relato visual no exento de un exquisito esteticismo. Hoy, el fotorreporterismo español goza de buena salud, como demuestran los trabajos del catalán Moisés Saman —en The New York Times—, del asturiano Manu Brabo o del propio Cervera. No es un oficio bien pagado en relación con el riesgo y su valor social. A la precarización del periodismo, que sigue recortando presupuestos, se suma la entrega de aquellos que, como Hetherington, son free-lance y pagan el viaje de su bolsillo. Cierto es que existe una mitificación del corresponsal de guerra.

El Club del Bang-Bang, la historia de cuatro reporteros que relataron la guerra contra el apartheid, ha sido llevada al cine y no han faltado las críticas de quienes aseguran que tiende al lugar común, exaltando la rebeldía y la dureza.

¿Y qué ocurre con las mujeres ? Lara Logan, de la CBS, que fue atacada por la muchedumbre en Tahrir, rompió la ley del silencio. No hay datos sobre agresiones a mujeres que informan desde escenarios bélicos. Nadie quiere tener problemas añadidos de periodistas violadas en los frentes, y ellas callan para no ver truncada su carrera. «Sentí cómo el cierre metálico del sujetador cedía. Luego hicieron pedazos, literalmente, mis pantalones y mi ropa interior desapareció. Veía como me sacaban fotos con los móviles», relataba entre lágrimas. La acusaron de cheerleader de la revolución, una provocadora mujer hermosa que se lo había buscado.

Pero también han hablado quienes valoran la mirada femenina en la guerra, capaz de narrar la vida en minúsculas y con un acceso más directo a las mujeres supervivientes. Este mes, en un foro organizado por Unesco, más de 800 participantes debatirán sobre el tema del año: nuevas fronteras y las nuevas barreras del periodismo. Porque ahora más que nunca, con las nuevas tecnologías y las guerras, la libertad de prensa multiplicará sus héroes y sus villanos.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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