El filósofo Javier Gomá, uno de los pensadores más activos de la actualidad, acaba de presentar su nuevo grito de guerra, sorprendente en tiempos de jarrones rotos: Ingenuidad aprendida. En las antípodas de las corruptelas y sobornos, de los atajos tan concurridos para ascender, del hipercriticismo en un mundo desarbolado, Gomá insta a que la cultura abandone su misantropía de buhardilla y entre sin complejos en el salón, consciente de que «sólo una emoción está a la altura de los tiempos: la alegría de la ingenuidad».
Que nadie se confunda. No estamos hablando de inocencia e infantilismo, de candor, voluntarismo o regresión, sino de una ingenuidad construida, como viaje de vuelta, tras haber experimentado la lucidez y la sospecha que imperan en la jungla. Gomá no sólo reivindica la armonía, el civismo y la positividad, sino que alumbra un nuevo humanismo necesario para abandonar la conciencia individualista en pos de la convivencia, de la ejemplaridad. Y no se trata de una ejemplaridad aristocrática, sino igualitaria, por propia convicción de cada ciudadano y no por coacción. En su planteamiento se vincula moral a política, un engranaje descuidado en épocas de podredumbre y crisis de valores. Como ha quedado demostrado en las revoluciones árabes, la política sin ética es una perversión que acaba estallando en las manos de sus prestidigitadores. «La comunidad democrática está abocada a encontrar la manera de producir buenas costumbres», dice el autor.
Hace unos días, fui al cine y antes de empezar la película pusieron un tráiler: el primer año de vida de cuatro bebés nacidos en diferentes partes del mundo. En la sala se percibían las muecas de encanto y regocijo, la «monada». Y apenas se oían crujir las palomitas. El fenómeno de los vídeos de bebés y de gatos —los más vistos en la red— confirma la existencia de un humor que reivindica una ingenuidad más pura y menos resabiada, a años luz del sarcasmo y la mofa. En él reside un gesto terapéutico capaz de inferir ese sentimiento que también nos producen el vuelo de los pájaros, los personajes de La Contra o la visión, siempre única, de una pareja besándose. La revolucionaria ingenuidad.
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