Mujer-cajera, ¿un tópico? Sin duda, un estereotipo real, más incluso que los que acaba de colorear el psicólogo Giorgio Nardone en su best seller Los errores de las mujeres en el amor. El paisaje que nos describe es abrumador. Mujer hada, mujer bella durmiente, mujer timonel, mujer desbordante, ejecutiva o amazona… En cuanto a ellos, más triste si cabe: macho, intelectual, sin cojones, aventurero, pigmalión… Nardone se mueve bien entre los estereotipos. Se empeña en demostrar que la experiencia no sirve para nada y que, inevitablemente, seguimos guiones que conducen al fracaso. Dice, entre otras grandilocuencias, que la mujer de hoy es más poderosa que el hombre. Ja. Y también añade alguna declaración que sonroja: «el amor sabio no existe». O «La mirada brutal y primitiva del hombre es una mirada pragmática que permite a las mujeres tener esa perspectiva que ellas mismas». No dudo de la fuerza comercial de fijar etiquetas; venga, juguemos pues, a si somos hadas o sin cojones. Y neutralizamos el mensaje con otras lecturas: por ejemplo, «Ingenuidad aprendida» de Javier Gomá.
Estereotipos
Betty Dukes ha conseguido demostrar al mundo por qué la mayoría de mujeres que entran a trabajar en un supermercado no pasan de la puerta, o de la caja. A ellas les cuesta seis años ascender a encargada, a los hombres, la mitad. Pero eso no es lo peor, ni siquiera que cobren menos. Durante los largos años en que tuvo que saludar a los clientes con un good morning vivió situaciones absolutamente rocambolescas. Jefes que les pedían que se maquillaran. O todo lo contrario, jefes que les exigían que se desmaquillaran e incluso que se desvistieran. Anteayer, junto a Christine Kwapnoski, de 46 años, subió la escalinata del Tribunal Supremo, sabedora de que sobre sus hombros, en parte, pesaba la mayor demanda colectiva por discriminación en la historia de Estados Unidos. Dukes demandó a Wal-Mart el 8 de junio de 2001 afirmando que porque era mujer y negra la compañía la había discriminado tanto en su remuneración como en sus posibilidades de promoción. Once días después, a su querella se le sumaron otras cinco mujeres, y luego la demanda se convirtió en un caso de discriminación por género en toda la compañía. Una década después, el caso parece que por fin merece atención.
Publicado en Mi Smythson
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