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Los indignados

En Occidente, el punk ha derivado en el llamado hard chic que luce tras los escaparates igual que en las cabinas de los dj. Un revival estético del cuero y la tachuela desprovisto de mensaje, porque de aquel grito de no future apenas queda nada en los remilgos estéticos de esta primavera. En esa escalera mecánica infinita que es la moda, se retrocede y se avanza en el tiempo como divertimento y negocio, sin interés alguno en conservar el espíritu de antaño. Desde el flower-power hasta los locos veinte o el boom años cincuenta, los remakes de viejos estilos vuelven disociados de los fundamentos que anidaron detrás de cada tendencia. Es probable que la crisis de modelo económico actual sea más trascendente que la del petróleo de los setenta, cuando aparecieron las crestas y lenguas salvajes de los primeros punks. El homenaje a la radicalidad ha sido constante, aunque desde un escenario confortable. Los continuos tributos a The Clash o Sex Pistols por parte de The Killers o The Libertines, las rebeldías silenciosas de creadores como Nicolas Ghesquière o el desaliño de nuevas musas como Allison Mosshart o Charlotte Gainsbourg, dan pistas de una actitud ácrata pero a la vez alejada de las grandes motivaciones. Indolencia, descreimiento y un mohín de desprecio ante un liberalismo lleno de logos.

Una percepción global comparte la sensación de que en el primer mundo la juventud es indolente, conformista y pasiva. Pero también hipercomunicativa. Se atrinchera en su habitación delante de su cuadro de mandos. No huele al otro, pero lo escanea. No lee un texto de principio a fin sino que pasea por sus bulevares; letras que ya no son planas sino que poseen múltiples relieves; un pensamiento que obligatoriamente contiene enlaces, más manejables que la nota a pie de página. Llámenles superficiales si quieren, pero ellos no escatiman en información, y ya han interiorizado que vivirán peor que sus padres. «¡Indignaos!», les grita el viejo resistente Stéphane Hessel en su homónimo alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. Se trata del último fenómeno editorial en Francia, con más un millón de ejemplares vendidos. Hessel les pide a los jóvenes que abandonen la indiferencia: «Cuando algo te indigna te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido». Y denuncia el poder del dinero. Escribe que nunca había sido tan grande, insolente y egoísta su influjo, así como la brecha entre pobres y ricos —con la competitividad como uno de los valores fundamentales de nuestra sociedad—, y se niega a aceptar que se hayan vaciado las arcas para prolongar las conquistas sociales.

Hessel, hijo literal de Jules y Jim —la película de Truffaut se inspiraba en la historia de sus padres—, superviviente de los campos de concentración nazis y redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ha dirigido su grito hacia Occidente pero ha rebotado hacia Oriente Próximo, donde se está produciendo una histórica revolución emprendida por los jóvenes. Indignados por su no futuro, la opresión y la censura. Por los abusos y robos a plena luz del día de sus democracias corruptas, y sus leyes medievales. Son mayoría absoluta, seis de cada diez habitantes del norte de África y Oriente Próximo tienen menos de treinta años. Más de la mitad usan internet a diario y coinciden en sus reivindicaciones: el fin de la corrupción para encontrar trabajo y progresar. «La generación que está cambiando el mundo», titula en su portada Time. Y acuña un juego de palabras que mezcla terremoto y juventud, youthquake, difícilmente traducible pero que ilustra de modo muy gráfico el fin de la docilidad. Hessel, sin saberlo, les ha dedicado su libro: «A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto: crear es resistir. Resistir es crear».

La Vanguardia

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Joana. Sin palabras. Vive la Resistance!

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