Uno de los cambios culturales más importantes que ha traído la revolución de las mujeres ha sido el derecho a desear como sujetos en lugar de objetos. Pero con un gran elemento diferencial: la mirada. El estudio de Isabel Muñoz es un almacén de realidad. De una realidad que bebe de las raíces ancestrales de esos oídos educados para escuchar el llanto del bebé y el deslizar de una serpiente. Los cuerpos capturados por la cámara de la fotógrafa reposan sobre las paredes y encima de las mesas elocuentes en su mudez. En el ordenado desorden del loft, se alza majestuosa la mirada del deseo. Posar los ojos en la piel desnuda necesita como aliada una palabra mágica: intimidad. Y eso es lo que Isabel Muñoz persigue cuando se enfrenta a la luz de dos cuerpos entrelazados. El erotismo escrito, fotografiado, pintado o dibujado por mujeres huye del exhibicionismo, también de lo evidente. Se repliega, que no esconde, en la cámara de las emociones, tal y como hacen todas esas mujeres que hoy articulan la primera persona desde sus blogs para explicar y explicarse qué y cómo desean. Es cierto que un deseo conquistado produce una gran placidez, pero también cierta sensación de vacío, de fin de fiesta. No hemos sido educados para mantener los deseos, sino tan sólo para ascender hasta ellos, y luego iniciar la bajada. Dicen los orientales que para alcanzar el equilibrio hay que tener pensamientos, no anhelos. Pero sin esa pulsión que nos agita y nos envuelve, que es a la vez aguijón y seda, el mundo paralizaría sus motores, y nosotros moriríamos de tedio. El deseo, la sal de la vida.
El libro
Espléndido recorrido por la obra de Isabel Muñoz, una mujer de mirada precisa, que piensa jondo y que siente brillante. Su exploración del cuerpo a través de la danza y de la denuncia social une mundos: pasado y futuro, antropología y pensamiento.
Dice que el cuerpo habla. Ella captura su voz. Vean si no la portada, más táctil que cualquier pantalla de plasma.
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