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Un buen marido

Nos hemos acostumbrado a su presencia, la de una mujer delgada, muy francesa, con vestidos estampados, con gafas de sol de carey o pantalón blanco; una mujer sencilla, sin cirugía estética aunque sus arrugas se han ido suavizando a medida que terminaba el juicio. Su exmarido, Dominique Pelicot, y 50 hombres más han sido condenados por su aberración. Y la opinión pública, que con frecuencia muestra sus reparos ante estos delitos, ha cerrado filas. 

Un caso sin fisuras, demostrable gracias a horas de sometimiento grabadas por un francés jubilado, que fue detenido por filmar las bragas de las clientas en un supermercado. “Un buen marido”, así definió al convicto de su exmarido, que a veces le llevaba el desayuno a la cama –intuyo que en especial los días en que había sido más abusada y drogada, a modo de estúpida reparación–.

En su credibilidad sin fisuras, influye el que sea una abuela y no una joven exuberante

Hubiera podido transcurrir todo hacia dentro, así sucede siempre, pero Gisèle eligió abrir las puertas del juicio. No tenía nada que ocultar, es más, deseaba que en la sociedad francesa se abriera este debate. Simone de Beauvoir ya sostenía la importancia de publicitar la denuncia, lejos de esconderla como si fuera un escándalo. Una de sus compañeras de cruzada fue Gisèle Halimi, la abogada feminista que pronunció hace 40 años el lema que ha popularizado Pelicot: “Que la vergüenza cambie de lado”. Entonces no caló. Las víctimas eran dos veraneantes jóvenes. En el caso de Pelicot, el edadismo ha jugado a su favor. Entre los tipos infames que la violaron, más de uno se justificó: “¿Cómo iba yo a querer fornicar con una mujer de más de 60 años?”. 

En su credibilidad sin fisuras influye el que sea una abuela y no una chica exuberante que acabaría siendo revictimizada, a tenor de ese 86% de denuncias por violencia sexual que son desestimadas en la Francia hedonista que a menudo ha confundido libertad con libertinaje, y que ha naturalizado la cultura del incesto, el sexo con menores o la amante oficial –la tuvieron varios presidentes del Elíseo–. Eso sí, aportando un aura erótica muy je t’aime, y una pátina seductora que, a diferencia del cuñado español, maceró un machismo sofisticado y perverso. El que Gisèle Pelicot ha sentado en el banquillo.

Artículo publicado en La Vanguardia el 22 de diciembre de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

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