A menudo me pregunto, en abstracto, por las cualidades que un político del siglo XXI debe atesorar, aunque no cabe duda de que es más fácil hacer una lista de todo aquello que tendría que desterrar de su carácter, así como de lo que precisa un mantenimiento continuado. El filtro, por ejemplo. Cuán importante es que esté limpio y contenga eficazmente la arrogancia, la furia e incluso la frustración. Que atempere la mordacidad y transforme el ansia de exabrupto en silencio elocuente.
No basta con que el político sea inteligente, capaz, honesto y maduro psicológicamente. Puede mostrarse humano pero nunca flaquear; tener determinación sin llegar a autoritario; ser reflexivo huyendo siempre de lo intenso. Y por supuesto, debe manejar hábilmente los tiempos. Pero, ¿cómo pueden administrarse esas agendas de road manager que conducen al político de aquí para allá sacándoles de sus salas de mando en coches con cristales tintados?
No basta con que el político sea inteligente, capaz y honesto
Hace poco vi en Cuatro la entrevista de Jon Sistiaga a Miguel Ángel Rodríguez, uno de los mayores spin doctors del reino de Madrid. De entre sus pensamientos afloró uno que me ayudó a definir a quienes representan hoy la soberanía popular. Preguntado por el western que enfrenta a la clase política, MAR respondió que todo obedece al bajo nivel cultural de quienes solo manejan mensajes de Twitter. “El político es el tipo que sabe de muchas cosas, muy poquito, como un bazar… hay que saber un poco de todo”, dijo.
Acudieron a mi imaginación olfativa los especiados aromas de zocos exóticos, repletos de alfombras y bolsos fake junto al murmullo extenuante del regateo. También visualicé los colores furibundos y taburetes de plástico de los bazares chinos, o pakis, esos no-lugares insertados en las esquinas sombrías de las ciudades donde ni la belleza ni la cultura han sido convocadas. Precarios y baratos. ¿Bazares? Si al menos hubiera dicho boutiques…
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