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Ítaca es hoy un spa

Vivimos en transición constante a pesar de habitar nuestro microcosmos, bien agarrados a su dibujo para no perdernos; una mónada de las que hablaba el filósofo Leibniz, la guarida mental donde nos definimos y reafirmamos. Miro la llave de madera que me han entregado en el hotel, una delgada lámina con su código invisible, y pienso cómo era yo cuando sostenía las llaves de acero enlazadas a un cordón con una borla granate. Las mismas que se devolvían en recepción y ocupaban pequeños casilleros en una fácil metáfora visual de las habitaciones, produciendo en nosotros diferentes matices como el olor a óxido que nos quedaba en las manos. Vamos cambiando sin percibirlo: nuestros dedos no sienten lo mismo al leer el periódico en papel que posando las yemas sobre la pantalla. Los mostradores, por ejemplo, son hoy más etéreos, menos parapetados. Y BlaBlaCar asciende como la app que más ha crecido este año: muchos jóvenes no quieren ya tener coche propio, pues prefieren los viajes colectivos y más sostenibles. También se sienten más cómodos en una habitación doméstica que en la de un hotel, y no se trata solo de una cuestión económica.

La continua fluctuación nos fascina tanto como nos apabulla, pero no hay otra opción que la de embarcarnos en la nave del tiempo, sin trasnochada melancolía. Urge abrir nuestra mónada y compartir el vaivén de preferencias, o tendencias, que varían nuestra relación con los objetos, incluida la nevera. Piensen si no en aquellos que nos acostumbramos a la leche de avena, e incluso nos entregamos a la religión vegetal de los jugos de arroz o quinoa, y ahora somos alertados de la resurrección de la leche de vaca. “La vamos incorporando a poquito, para que no siente mal”, me recomienda un nutricionista. Igual que un antidepresivo, pienso mentalmente sopesando sus beneficios –“vemos huesos de cristal porque nadie toma leche”– y recordando indigestos malestares. Cuando afirmo, cuál exalcohólica, que no quiero volver atrás, el nutricionista me alerta de que la avena “tiene antinutrientes” y me recomienda que, en todo caso, la tome de almendras. Me apesadumbra tanta indiferencia hacia mi paladar, hecho de costumbres y poco amante de los sobresaltos.

La pretenciosidad envuelve la sencillez para asombrarnos

La ideología del bienestar sigue tratando de reparar las grietas que produce la voraz cadena de producción. De ahí al boom de los coachs­ que introducen una dosis de pensamiento mágico en las rutinas cotidianas. Hoy todo es holístico, aunque poco tenga que ver con el pensamiento holista. La pretenciosidad envuelve la sencillez para asombrarnos, y nos ofertan amplios surtidos de sales y panes, tan mal considerados en la dieta saludable. Hace años los huevos tenían que comerse con moderación, y hoy, en cambio, disponemos de barra libre. Entonces, en los gimnasios recomendaban tablas aeróbicas mientras que ahora exaltan las pesas. Entrenamiento-fuerza, te recomendarán si tienes más de cuarenta años, además de stretching o pilates, sin olvidar la meditación con ocho ciclos de respiración profunda. No será nadie si no toma diversos complejos vitamínicos, bayas de Goji, cúrcuma, kale y otras nuevas estrellas del herbolario. Y cuando por fin seamos devotos feligreses de lo saludable, probablemente nos cambien la pauta al cabo de un año, porque habrán descubierto que aquellos hidratos prohibidos ayer son el nutriente principal de nuestro cerebro. Y es que Ítaca, el prometedor destino del poema de Kavafis, no será ya sabiduría y experiencia, sino el nombre de un spa en el que desmayarnos.

Artículo publicado en La Vanguardia el 12 de julio de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

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