Saltar al contenido →

Carta a Amaia Montero

Querida Amaia

Tanto he deseado que ese ruido endemoniado no invadiera tu playa, y resulta ahora que han empezado a llegar depredadores –no les llamen periodistas- a las puertas de tu casa. Seguro que querrían pillarte en pijama y pantuflas para vocear: “¡Exclusiva!”. Pobres diablos enviados para satisfacer esa gula por la insignificancia. Y ahora interrumpen tu calma, urdiendo estrategias para empujarte a no sé dónde.

Yo sé que sales a pescar bien temprano, que por las tardes te encierras a componer al piano y a la guitarra con esa voz tuya que alcanza texturas doradas sin soltar el susurro. Que das largos paseos junto al mar, en silencio, respirando el paisaje: “esa playa me da vida todos los días” me dijiste hace poco. También sé que te rodeas de placeres sencillos y algún chanel. Que has entrenado a tu sobrino Noah para que te siga dando besos a sus doce, que eres hija y hermana devota. Que lo que más priorizas es “tener paz y tranquilidad”.

Te conocí hace más de veinte años en Ibiza, en la única despedida de soltera en la que me he embarcado, la de nuestra Cayetana Guillén Cuervo. Ahí estabas tú: la típica rubia con mucha cultura y una sensibilidad desbordante, una veinteñaera que había vendido más de seis millones de discos desde que te “ficharon” en la universidad, en primero de Químicas. De ahí salió la banda sonora de una juventud hambrienta por ponerle palabras y compás a sus besos. Te recuerdo recostada en el cristal del autobús, ambas compartíamos esa melancolía por el futuro, el humor salvaje, la paradoja constante, el ansia por capturar la belleza. Tú siempre has sido más de Janis Joplin que de Taylor Swift, dotada para entender los pequeños dolores del alma, con los poros abiertos para sentir las corrientes del arte.

Concibes la amistad como una roca. Siempre has estado ahí cuando las cornadas duelen. Radicalmente fiel. Implacable con la traición. Mantienes el valor de la palabra. Compasiva y fuerte con los que sufren. Honesta con la música, que siempre te ha protegido porque el don no se agota. Pocos conocen tu lado punky, ese dar la vida por lo que te interesa e ignorar la banalidad, sea del bien o del mal. Lo cantaba Sabina: “No te confundas, que Amaia Montero siempre tiene derecho de admisión”. Por eso, los que te conocemos de cerca, tan solo queremos que te dejen en paz.

Siéntete libre de presiones, ve a cantar allí donde el corazón te hable

La fama es una serpiente venenosa con un revólver cargado. Mucho hemos hablado de los los tics de esa máscara social que nos rodea, los falsos mandamientos del éxito, la superficialidad y la estupidez. “ Si tú no sabes de mí, ¿a cuánto vendes tú la verdad? cantabas en tu último disco Nacidos para creer, un striptease de emoción y poesía. En el arte, una línea delgada separa el paraíso del abismo, y tú la conoces. En estos dos últimos años has recompuesto las piezas que fueron desencajando en el puzle de esa fama que te otorgó el carné de mito, junto a los chicos de La Oreja de Van Gogh. Desde que hiciste magia al reaparecer sobre el escenario junto a Karol G, con tu vestido azul y tu canesú, el amor del público se derramó de nuevo.

Ya ves, hasta te echo esta carta en el periódico para convencerte de que lo único que importa son tu mapa y tus tiempos. A estas alturas ya sabemos que lo urgente es vivir. ¿Tenemos que soportar la hipocresía de una sociedad que se regodea en su empatía frente a la salud mental, pero en cambio aprieta el acelerador del morbo cuando le conviene? Esa maldita trituradora de sueños. Amiga, cierra los poros, siéntete libre de presiones, cuida tu vuelo libre, ve a cantar allí donde el corazón te hable.

Artículo publicado en La Vanguardia el 19 de octubre de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *