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Bruce Weber, el fotógrafo que cambió la manera de mirar la moda

A lo largo de cinco décadas ha logrado capturar la vulnerabilidad y la fuerza en el mismo encuadre. Nostalgia atemporal, elegancia, deseo e intimidad se reúnen en una gran exposición en Praga

Mis padres tenían un hermoso jardín, en Pensilvania. Nuestro patio trasero daba a una granja con muchos animales. Durante los veranos, la vida transcurría alrededor del jardín, donde mi padre filmaba películas y hacía fotografías. También mi tío, y mi abuela… todos hacían fotos. Los domingos por la noche íbamos a clases de acuarela. En aquel momento no consideraba todo aquello una formación. Era joven y estaba en otras cosas. Pero a medida que fui creciendo me di cuenta de que aquella educación fue la base sobre la que edifiqué mi punto de vista, mi manera de mirar y contar las cosas”. Quien habla es Bruce Weber vía Zoom desde la casa que comparte con su esposa, la gran coleccionista y productora Nan Bush, en Montauk (Nueva York). Son sus once de la mañana, y uno de sus golden retriever blancos entra a saludar. Detrás de la mesa se ven largas estanterías con parte de su colección de fotografía. De Cartier Bresson a Irving Penn. Ninguna suya. “No las tengo colgadas en casa porque convivo con ellas casi 23 horas al día ”, dice.

Con su barba blanca, una bufanda de cuadros escoceses y su inseparable bandana anudada en la cabeza, Weber desprende el raro encanto de quienes viven con curiosidad y buen gusto. Uno de los grandes fotógrafos vivos, supo trasladar la verdad transparente de aquellas cintas de 8mm de su infancia a su prolífica y diversa obra, casi siempre en blanco y negro. No hay languidez en sus imágenes, que ahondan con sensibilidad en el hecho de que belleza y dolor a menudo resultan inseparables. Su obra mantiene firmes sus raíces en la infancia, vivida en el lado soleado del sueño americano, y transmite una intimidad idealizada. También fue de los primeros en romper el tabú de fotografiar a afroamericanos retratando a la activista y modelo negra Bethann Hardison; y, años más tarde, a una Naomi Campbell adolescente: “Nunca entendí cuál era el problema con las personas negras”.

En pleno #MeToo, fue acusado por algunos de sus modelos masculinos de “comportamientos inadecuados” y fue discontinuado de algunas editoriales donde llevaba décadas trabajando, como Condé Nast. Weber no se escondió, continuó activo y, a pesar del shock, luchó legalmente para defender su inocencia. Finalmente las querellas serían retiradas: no había caso. “Ya hemos pasado esa página”, afirma.

Todavía cruzo los dedos y rezo si estoy nervioso antes de hacer una foto”

Bruce Weber

Este mes, en la Prague City Gallery, en Stone Bell, se ha inaugurado la mayor muestra de su obra: cinco décadas de retratos, moda, paisajes y reportajes humanistas. Uno de los invitados fue Jonathan Newhouse, máximo pope de la empresa que le canceló. La crónica apareció en varias cabeceras del grupo, así como la noticia del estreno en Milán de El tesoro de la juventud, sobre Paolo Di Paolo. Weber, un hombre conocido por su labor filantrópica y su calidez humana, no entiende el rencor. Ha sabido perdonar, pero es difícil calcular dónde han quedan los silencios y la profilaxis social a la que fue sometido.

Es un coleccionista de imágenes…

Sí, y las mezclo todas. Tengo tanto obra de fotógrafos contemporáneos como piezas que encontré en mercadillos y me encantan. Me impresiona de esa gente su desenvoltura, el lenguaje corporal, la forma en que te dan la mano… Ya no se escribe mucho sobre cómo gente se da la mano, y me parece interesante porque es tu primera presentación a alguien. Si te aprietan la mano demasiado fuerte, como queriendo rompértela, es incómodo, y, en cambio, si te la dan de forma agradable y sincera es un gesto precioso.

¿Piensa mucho la composición de la imagen antes de disparar?

No, simplemente sucede. Todavía cruzo los dedos y rezo si estoy nervioso antes de hacer una foto. Pero cuando voy por la calle caminando con mi cámara, solo deseo tener suerte. Y he tenido mucha en mi vida. Siempre tuve gente buena a mi alrededor. A mi esposa, a mi hermana, que trabajaba en la industria musical y colaboró con David Bowie y Frank Zappa… También he tenido buenos amigos que no tenían nada que ver con la fotografía. Mi compañero de cuarto en la universidad, por ejemplo; el chico más guapo del college. Construyó su propia moto con piezas sueltas. ¡Y quedó preciosa! La trajo a la universidad, en Ohio. Yo, por cierto, fui a una universidad bautista siendo judío, lo cual es un poco loco… Él, por las tardes, me llevaba a dar paseos en moto, después de clase, y yo le hacía fotos a él, a la moto, al paisaje. Y pensaba: “¡Vaya, qué divertido es esto de la fotografía!”. También he tenido amigos fotógrafos, y empezamos juntos. Éramos muy pobres y admirábamos a los grandes autores de París o Nueva York, que iban muy bien vestidos. Yo les decía: “No es tan importante cómo vestimos, sino cómo nos sentimos respecto a nuestro trabajo”. Porque también había grandes como Irving Penn, a quien admiraba, que llevaba siempre la misma camisa de mezclilla arrugada con un par de pantalones y un suéter sencillo. Nada más.

Ahora hay pocas oportunidades y ninguna libertad artística”

Bruce Weber

¿Fue Diane Arbus la que le empujó a dedicarse como profesional a fotografiar?

Dick [Richard] Avedon me recomendó estudiar con Lisette Model, una gran fotógrafa europea que vivía y enseñaba en el campo. Tenía que ir a conocerla personalmente y mostrarle mis fotos antes de ser admitido en su clase. Nunca pensé que me aceptaría. Creo que le caí bien porque yo estaba un poco loco. Cada noche, después de clase, íbamos a un restaurante muy típico en Estados Unidos, Howard Johnson’s, y me sentaba con ella en el mostrador. Comíamos perritos calientes, bebíamos Coca-Cola y hablábamos de arte, fotografía, del amor, de gente terrible, de gente buena, de todo tipo de cosas relacionadas con la fotografía. Una noche Lisette me dijo: “Espero que algún día conozcas a Diane Arbus”. Y por casualidad la conocí. Una vez más tuve muchísima suerte: estaba visitando a mis padres en Florida con apenas un dólar en el bolsillo, suficiente para un té o un café, nada más. La vi y me acerqué a ella, le dije: “Hola, me llamo Bruce Weber, y voy a estudiar fotografía con tu profesora. Solo quería decirte lo mucho que me gustan tus fotos”. Ella me preguntó: “¿Eres rico?” –no sé por qué pensaba que lo era–, y yo le respondí que no, que de hecho era muy pobre. “¿Quieres hacer fotos como las mías?”, me dijo. Le contesté que eso sería imposible, que yo no podía ser ella; y ella respondió “Está bien… siéntate”. Nos hicimos muy amigos porque teníamos mucho en común. Me llamaba a las cuatro de la mañana para decirme que iba a tirar sus fotos, y yo trataba de convencerla de que no lo hiciera; “son demasiado valiosas”, le decía…

Ella buscaba a criaturas extrañas. En cambio, usted ha retratado Estados Unidos desde el optimismo. ¿Es el suyo el idealizado sueño americano?

Creo que en nuestras fotografías buscamos a personas que quisiéramos que fueran amigos. Y creo que esa es una de las razones por las que, al final, Diane no pudo soportarlo más. Todos a quienes fotografiaba querían ser sus amigos, desde el gigante judío al niño pequeño con sida. La llamaban continuamente… Cuando fotografías a alguien, te guste o no, esa persona estará contigo para siempre.

¿Le sigue divirtiendo la moda?

Definitivamente, no. La mayoría de las firmas de moda con las que trabajé eran compañías familiares, mientras que ahora, con las grandes corporaciones, todo se ha vuelto cuestión de dinero. Y también se ha perdido algo esencial: hoy contratan a jóvenes –algo bueno porque les da una oportunidad–, sí, aunque luego no les ofrecen el apoyo necesario. En cambio, cuando yo era joven, trabajé con muchos grandes editores de moda que acabarían convirtiéndose en mis hermanos o hermanas. No solo hablábamos durante el trabajo, éramos amigos. Y aprendimos los unos de los otros. La situación es distinta hoy: ahora hay pocas oportunidades y ninguna libertad artística”.

¿Y si una editorial le diera toda la libertad del mundo, volvería?

En realidad, no. Pero si alguien cercano a mí, e incluso alguien al que acabo de conocer, me pide que haga algo hermoso, entonces estaría dispuesto a hacerlo.

Tomo nota. ¿Cómo se logra trabajar casi a la vez con Calvin Klein y Ralph Lauren, dos grandes iconos de la moda americana?

Estuve con ellos desde el principio, y entonces no eran tan grandes. Con Ralph, empecé haciéndole un retrato para Harper’s Bazaar junto a su familia. Sus hijos eran pequeños. Y, en el caso de Calvin, teníamos muchos amigos en común. Un día me llamó a su oficina y me dijo: “Estoy pensando en ti para fotografiar mi nueva campaña de jeans. Tengo un novio, Romeo, y quiero que esté en ella”. Yo empecé a reírme porque me parecía extraño, maravilloso, tener un novio que se llamara Romeo. Y le pregunté: “¿Cómo es?”. Aquel chico se parecía muchísimo a James Dean. Entonces la gente de la moda sentía tal pasión por lo que hacía que estaba dispuesta a vivir y a morir por su trabajo. El mundo de la moda ya no es así. Yo en cambio siempre sentí que la fotografía no era una cuestión de vida o muerte, sino un medio para aprender, para crecer y llegar a algo. Y nunca aprecié solo mis propias fotografías, sino también las de muchos de mis colegas…

Me gustan los españoles, no son tan políticamente correctos como los norteamericanos de hoy”

Bruce Weber

¿Mantiene una buena relación con Ralph Lauren?

Ralph es todo un personaje. Siempre cambiándose de ropa… En aquella época todos los que trabajaban para él llegaban a la oficina vestidos de montar a caballo. Y tiene una gran colección de coches. Es el tipo de persona que nunca está satisfecha ni feliz. Creo que esa es una de sus grandes virtudes, porque siempre quiere mejorar. Aquella primera vez fui a su rancho, conocí a sus hijos, a su mujer, lo conocí a él… Le respetaba y admiraba mucho. Me dijo: “Queremos dar una imagen como si Jessica Lange y Sam Sheppard estuviesen en las fotos”, y yo le respondí que no era cirujano plástico, sino fotógrafo. Solía decirle cosas así porque vive en una burbuja. Nunca traté a las personas con las que trabajaba de manera condescendiente; siempre les tuve mucho respeto. Pero no permitiría que me pisotearan.

¿Cómo fueron sus primeros años?

Cuando empecé, los mayores fueron muy amables conmigo. Entonces, la mayoría de mis amigos más cercanos, cuando yo tenía 20 años, tenían entre 80 y 90. Mary Ellen Mark, una fotógrafa maravillosa, me preguntó si alguna vez un director de arte me había dicho que le gustaban mis fotos, a lo que le respondí que no, nunca. Y entonces me contó que a ella siempre le hablaban de colegas que habían fotografiado antes a quien tenía delante del objetivo, para luego añadir que había fotos mejores que las suyas… Estaba muy deprimida en aquel momento. Y Helmut Newton, que estaba presente en la conversación, me preguntó por qué yo llevaba joyas y a ella le dijo que tampoco le gustaban sus fotos. Mary Ellen comenzó a llorar. Tenemos que tratarnos con empatía porque es muy duro este oficio.

¿Quién ha sido para usted la mejor editora de moda?

Ingrid Sischy, que dirigió el Interview. Era una intelectual, casi filosófica, y a la vez muy divertida. Trabajar juntos fue como volver a la época del periódico del instituto. Entonces había mucha libertad en América.

¿Le gusta el mundo actual?

Sí, claro. es cierto que, por un lado, me entristece ver cómo el mundo está tan convulsionado. Pero siempre he buscado en la vida algo que fotografiar, algo que quisiera conocer por mí mismo. Y eso me ha hecho sentir la felicidad de estar vivo. ¡Así de simple! Soy más optimista que apocalíptico.

¿Qué le atrae tanto de la vulnerabilidad? ¿Fue ese el motivo de su fuerte conexión con Chet Baker?

Su música era estupenda, y yo quería protegerlo. No conoces realmente a alguien hasta que trabajas con él haciendo una película y estáis inmersos en ella. Fue muy difícil, pero también muy divertido. Se parecía mucho a mi madre. Mis padres se amaban mucho: había una fuerte atracción entre ellos. Sin embargo, bebían demasiado y discutían todo el tiempo, aunque nunca se separaron. Jamás entendí por qué. Más adelante me di cuenta de que no había nadie más en el mundo con quien quisieran estar. Creo que por eso mi padre le hizo fotos tan hermosas. A veces en albornoz, otras con un vestido precioso… Todavía las guardo. Siempre me he sentido cercano a las personas que han atravesado catástrofes.

¿Cómo definiría lo sexy?

Conocí a Viggo Mortensen cuando todavía era modelo y fotógrafo aficionado y soñaba con ser actor. No tenía mucho trabajo y le ofrecí que viniera conmigo a rodar a Chet. “Puedes hacer de extra en una pandilla de jóvenes guapos que quiero grabar en Santa Monica jugando a billar”, le ofrecí. Un día le contratamos para un trabajo con Chanel, y llegó al plató con el pie roto y muletas, con camisa blanca y vaqueros, y recuerdo que pensé “qué guapo, qué dispuesto a trabajar, qué sexy”. No sé si le vale como definición.

Usted ha viajado por España y fotografiado a Pedro Almodóvar. ¿Qué opinión tiene de nuestro país?

Me gustan los españoles, no son tan políticamente correctos como los norteamericanos de hoy. Creo que en tu país hay menos prejuicios que en Estados Unidos, donde ahora todo es muy conflictivo. Y donde todo el mundo tiene miedo. Todo está muy homologado y se parece mucho en mi país, y hay menos libertad que hace unos años. En cuanto a Pedro, el año pasado hice unas fotos para una revista de moda, con Anthony Vaccarello y Almodóvar. Pedro me pareció maravilloso; me dijo: “Haz lo que quieras conmigo, soy todo tuyo”. Ese día andaba por el plató un gatito negro con ojos azules, y se me ocurrió ponérselo sobre su pelo blanco. Es una de las fotos que se exponen en la muestra de Praga.

Como activista por los derechos de los animales, ¿resulta contradictorio que fotografiara a toreros?

Pensé que no tenía nada en común con ellos, porque yo defiendo la vida de los animales y ellos matan toros, pero al tratarlos de cerca me di cuenta de que ellos se rodean de sus familias, distintas generaciones que se juntan y forman un clan. Ese fue el enganche, y olvidé todo lo demás.

Entrevista publicada en Magazine La Vanguardia el 19 de octubre de 2024

Publicado en Entrevistas Magazine La Vanguardia

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