Apasionado de la búsqueda, amante de la pausa y del buen café, es embajador de De Longhi
El actor más guapo del mundo también ejerce de arquitecto y agricultor vocacional y valora los días de chimenea y calma
El pasado verano, cuando acababa de iniciar mis vacaciones, recibí un mensaje de Silvia Pini, de la agencia de comunicación de De Longhi: “¿Te interesaría entrevistar a Brad Pitt? Es embajador de la marca, y concede dos entrevistas. Una a Esquire internacional y otra, si queréis, a Magazine de La Vanguardia”.
Aquella noche me dormí tarde; diría que incluso bailé, embriagada por la promesa. Pensaba las preguntas, y todas me parecían idiotas. E imaginaba la voz de Pitt saludándome. También el color del encuentro, que, a pesar de ser vía Zoom, me permitiría eso que tiene nuestro oficio: que un mito con quien nunca te cruzarías en la vida, hable contigo siguiendo la fórmula de disparar interrogantes. Pero ¿cómo iba a desconectar aquellos días con esa semilla creciendo salvaje en mi interior?
Brad, hijo de las grandes llanuras de Oklahoma, tuvo una juventud deportiva y de mecha californiana
Silvia me llamó a los dos días:“No corras”. El sindicato de acto res de Hollywood secundaba la huelga de los guionistas. “Es una pena, porque ahora tiene más tiempo, pero debemos posponerlo”. Ciento sesenta mil actores -y entre ellos Pitt, Meryl Streep, Matt Damon o Jennifer Lawrence- se unían a la protesta que paralizó la industria audiovisual norteamericana entre el 19 de julio y el 9 de noviembre del 2023 para reivindicar mejores condiciones para el sector. Tampoco hablarían con la prensa.
Fui enfriando la idea, sin dejar de documentarme. Incluso le escuché contar que sus padres, Jane Etta Hillhouse y William Alvin Pitt, le llevaban de pequeñoa un autocine. Tuvieron cuatro hijos, dos de ellos, Brad y Doug, rubios y con sonrisa solar. Pasaron años de estrecheces, pero el actor siempre ha recordado lo bien que sabía aquel KoolAid (polvos para preparar que su madre disolvía en un litro de agua “porque no teníamos para más”). El padre, camionero, acabaría teniendo su propia empresa de transporte y la madre trabajó como secretaria de un instituto de secundaria. Brad, hijo de las grandes llanuras de Oklahoma, tuvo una juventud deportiva y de mecha californiana.
Uno de los actores mejor pagados de Hollywood, considerado el más sexy, y el único hombre que ha protagonizado un anuncio de Chanel Nº 5, el súmmum de la feminidad, dejó a medias la universidad y se trasladó a Los Ángeles a probar suerte como actor. Trabajó en El Pollo Loco y fue chico para todo en los estudios. Hasta que su personaje secundario en Thelma y Louise (1991) puso al día el morbo de El graduado (1967) con un polvo tórrido entre una mujer madura y desesperada, Geena Davis, y un jovencito seductor y ladronzuelo. Inmediatamente fue elevado a la categoría de mito erótico por un público femenino siempre corto de catálogo, y enseguida se empeñó en demostrar que era, además, buen actor. Y lo logró.
Junto a Jennifer Aniston encarnó la pareja de novios de la nueva América; representaban el éxito y la vida ligera, paseaban por Malibú y él hacía un cameo en Friends. Brad, más serio y barbudo, despeinado y chulo, fue mejorando la mirada introspectiva. E insistió en probar que era un actor sin red. Ro- dando un thriller comercial, Sr. y Sra. Smith (2005), se encontró con Angelina Jolie. Se enamoraron y se tatuaron. Brangelina se convirtió en marca de éxito, estandarte de la familia interracial y no binaria. Hasta que el matrimonio se separó abruptamente, tras el escándalo que, al parecer, Pitt montó en un avión.
En su vida tras la convivencia con Jolie, Brad se exigió dejar de beber. Se presentó como voluntario tras el huracán Katrina en Nueva Orleans desaliñado, con melena y gafas de pasta, mientras que Angelina daba discursos en la ONU. Los seis hijos se quedaron con la madre. Pitt se volcó en la arquitectura y en su amistad con George Clooney.
A los 50 le confesabaa su amigo el director Guy Ritchie sentirse “puñeteramente sólido”. El pasado mes de diciembre, cuando me entró el mensaje de Silvia confirmándome por fin el Zoom, cumplía 60. En una década toda su vida se había alterado excepto su belleza, incorruptible. Tras recibir su segundo Oscar -el primero fue como productor- por Érase una vez en… Hollywood, alzó la estatuilla y dijo: “Esto es para mis hijos, que dan color a todo lo que hago; los adoro”, a pesar de que su relación con ellos era ya distante. En las entrevistas solía achacarlo a la necesaria distancia que los hijos marcan en la adolescencia.
Para mí, un momento perfecto no es algo que se pueda planear, es un regalo”
Vi varias películas producidas por su compañía, Plan B, y me impactó Ellas hablan. La mayoría de sus trabajos tienen en común un sello reivindicativo. Y, en varias ocasiones, ha declarado estar “en la última etapa” como actor. Viñedos en Provenza, diseño de moda, colaboraciones con arquitectos, una marca de cosmética y el café. Desde hace dos años es embajador de DeLonghi, siguiendo los pasos de su amigo Clooney. Esa fue la excusa para podermandarle unas preguntas por escrito. Al final contestó a la entrevista por correo electrónico, algo que no aceptamos en Magazine, pero Brad… es Brad.
¿Cuántas veces al día hace una pausa y cuál es suidea de relax?
Siempre que puedo. La primera taza de café de la mañana es la que más saboreo. Mi agenda casi siempre es una locura, así que me esfuerzo por encontrar esos momentos de tranquilidad, ya sea a través de la música, la naturaleza, el arte, los amigos, por supuesto, o sentándome frente al fuego y, literalmente, no haciendo nada. Para mí, las distracciones son tan importantes como el esfuerzo.
Como persona curiosa y creativa, me gustaría definirme como artista antes que como diseñador”
Ha rodado la campaña en Provenza con Bennett Miller, que lo dirigió en Moneyball. ¿Cuál es su estilo como cineasta?
Yo no lo llamaría “estilo”, pero el don de Bennett como director consiste en ver la belleza en la vida de otra persona, con toda su lucha, desorden y anhelo incluidos. Esta campaña gira en torno a los “momentos perfectos”. Para mí, un momento perfecto no es algo que se pueda planear. Son regalos. Y hago todo lo posible por saborearlos y mantenerme animado hasta el siguiente.
Brad se hizo cafetero en sus años de estudiante. “Descubrí el café por primera vez en la universidad cuando me enfrentaba a la temida noche en vela”, cuenta. En su correo, detalla su relación con el café: “La primera segunda y tercera taza de la mañana definen mi ritual. Bien o mal, no dejo que la comida interfiera. También me encanta tomarme alguno, de forma ocasional, por la tarde. Aprecio los tostadores pequeños. El mío me gusta sencillo, con un chorrito de leche. La mejor taza que he tomado nunca fue en Kioto. Y tuve que esperar más de quince minutos. Ahora regreso allí en cada viaje”.
Su interés por la arquitectura y el diseño es bien conocido. ¿Qué le aportan estas otras formas de expresión?
Supongo que la arquitectura y el diseño aportan cierto orden a la existencia, e incluso pueden mejorarla. Pero en el mejor de los casos elevan el alma a nuevas posibilidades, algo que también se logra a través de la música…
El mejor café que he tomado nunca fue en Kioto. Y tuve que esperar más de quince minutos”
¿Qué aprendió de Frank Gehry, con quién pasó temporadas en su estudio?
“Si sabes a dónde vas, no merece la pena”.
Ha diseñado colecciones de muebles y de moda. ¿Se siente diseñadoro simplement ealguien tan creativo como curioso?
Como persona curiosa y creativa, me gustaría definirme como artista antes que como diseñador. Un artista siente que todo lo abarca. Un artista se siente unido a verdades universales. Soy una criatura que es más feliz descubriendo que controlando el resultado.
Tiene viñedos en Provenza y también ha estado allí recientemente. ¿Cuál es su vínculo con aquella tierra?
¿Mis estancias en Provenza? Bueno, hay una razón por la que viajeros y artistas llevan siglos peregrinando allí…
Entrevista publicada en La Vanguardia el 11 de febrero de 2024
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