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Pedro Sánchez, ‘coach’ SA

Parece que a Pedro Sánchez le quedan años todavía antes de entregarse a las conferencias, y no es difícil augurar que, si se fundamenta en su experiencia vital, puede erigirse en el gran profeta de la lucha contra el desencanto universal. No le veo competencia. 

Hace siete años era un cadáver político; el sanedrín del PSOE lo detestaba. Mientras él recorría España para ganarse casa por casa a los militantes socialistas, los mandarines del aparato lo observaban con ojos displicentes y el sarcasmo prendido del habano. Apodado Ken, les irritaba su guapura y su inexperiencia, tanto en la ejecutiva como en el comité federal del partido.

Pero logró hacerse con el liderazgo del PSOE, aunque aquello fue un coitus interruptus: lo echaron de malas maneras, y le afectó físicamente, pues entre ganar y perder se abre un abismo. Lo confesaba en su Manual de resistencia (Península), en el que relata que un mes de marzo se preparaba mentalmente para ser presidente y en octubre estaba en paro. Acudió a la oficina de empleo con sus dos hijas en una precoz lección de realidad. 

Poco después, la mayor no fue elegida delegada de clase y tuvo que oír en el recreo: “¡Como tu padre!”. Pero en la casa de los Sánchez-Gómez se vive contra el desaliento, y el padre tejió con los hilos del optimismo y la perseverancia un relato que pronto se haría realidad.

Sánchez es capaz de malabarismos políticos que nadie antes había osado plantearse

Sánchez tiene un aire al Mago Pop que sus contrincantes envidian. No suda ni farfulla, y es capaz de malabarismos políticos que nadie antes había osado plantearse. Tiene una forma ceremoniosa de pronunciar “el gobierno de España” –con todas sus letras–, y de nuevo se le ha visto a gusto ejerciendo de anfitrión del Consejo Europeo, paseando su altura por Granada. Y combinando lo oficial con lo oficioso. Ahora hace una inmersión en lo catalán a fin de perpetuar el sanchismo, del que ya nadie habla.

No es la ideología sino su fantasma lo que le mueve: en una España coloreada como un anuncio de Benetton, los independentistas tienen el cromo de oro. Sí, en una carambola del destino, aquellos que detestan la idea de España tienen la llave para decidir su futuro, por lo que Junts, ERC y Bildu pueden regodearse por una vez frente a los leones del Congreso, demostrando –según sus adversarios– las tragaderas de un Sánchez, cuya caricatura dibuja a un enfermo de poder, un cínico intrigante y hasta un perro peligroso.

Hoy, los signos fantásmicos se han vuelto muy relevantes. “Alguien puede ser feminista ideológicamente y, a la vez, tener fantasías de violación o sumisión, y un trabajador puede ser progresista o de izquierdas desde el punto de vista de los proyectos sociales, y de derechas en el resto”, escribe Jorge Alemán en Ideología (Ed. Ned). 

No estamos hechos de una pieza sino que, hartos del compromiso, supuramos contradicciones. Por ello existenindepesamantes de la zarzuela más castiza, del mismo modo que hay unionistas a quien les hace gracia Puigdemont. La suma de posos ideológicos desbarata el viejo esquema mental izquierda-derecha en un momento en el que los felipes y alfonsos se sienten más cerca de Feijóo y Ayuso que de Perro Sanxe.

Con maneras de un coach de élite, Sánchez ha puesto en marcha una pedagogía que consiste en rebatir que ha mentido acerca de su tolerancia a la amnistía y la posibilidad de un referéndum. “Son cambios de opinión, no mentiras”, ha afirmado, al tiempo que invoca una España “plural y diversa, que respeta a los territorios y las identidades”, como si repitiera para sí mismo: “Resolveré el sudoku de la gobernabilidad sin que Waterloo se me lleve por delante”.

Artículo publicado en La Vanguardia el 7 de octubre de 2023

Publicado en Artículos La Vanguardia

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