Aquel niño exiliado en París, hijo de una costurera de Balenciaga y con un padre fusilado en la guerra, abandonó bien pronto el miedo. Su madre, una mujer de pelo corto que le enseñó a ver el mundo entre iguales, fue su primer referente estético. Ingenioso y creativo, se pagó la carrera de arquitectura creando joyas para los costureros; en los años sesenta vestía una gabardina raída mientras esperaba paciente en el soportal hasta ser llamado al atelier por Cardin o Givenchy, grandes señores de la moda. En cambio, Saint Laurent y Pierre Bergé se reían de aquel muchacho provinciano, y Lagerfeld, menos clasista, lo defendía al reconocer al instante su pulso creativo.
Tenazas en lugar de agujas e hilo. Cadenas, discos, plásticos, acero, malla y oro sustituían al tejido. Vestir a trozos, reventar los tutús de muñeca que tanto detestaba. Su famosa colección Veinte vestidos improbables revolucionó la moda. Tanto que William Klein lo homenajeaba en el film Qui êtes vous Polly Maggoo? a través de un creador que hace ropa “absolutamente admirable y muy poco cómoda”.
El metalúrgico , lo apodaba Coco Chanel, que no soportaba el éxito del advenedizo. “Fui el primero en hacer desfilar a modelos negras y las periodistas estadounidenses me boicotearon. El encanto y la forma de andar de esas hermosas chicas realzaba mis diseños de metal”, le contaba a la periodista de Libération Marie Ottavi hace apenas dos años. Cuando escribió su biografía sobre Karl Lagerfeld, Ottavi se sorprendió porque Rabanne –retirado y mudo desde 1999– accediera a responder por escrito.
También fue de los primeros en poner música en los desfiles, y buscar materiales reciclados, o en lanzar uno de los primeros perfumes, Calandre, en 1969, que abriría el mercado de las gallina de oro, catapultado por su milénico perfume One million. “Hablaba siete idiomas, conocía y estudiaba todas las religiones; detrás de su personalidad extravagante está el humanista”, reconoce el periodista de TVE Jesús María Montes.
Conversé con él hace años en las presentaciones de los perfumes de Puig, y recuerdo su carcajada grave. No solía concederle importancia a sus creaciones, a pesar de haber reescrito el estilo, si bien se entusiasmaba hablando del homo spiritualis y del tiempo de acuario. Fue un bon monsieur, siempre apoyando causas perdidas –donaba a los sintecho, a los enfermos del sida…–. Y fue el primer creador que cosió con alicates.
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