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Dejen de molestar a la gente de bien

El reproche se confunde a veces con el cansancio. Así lo demostró Núñez Feijóo en el Congreso cuando le dijo a Sánchez, a propósito de la ley trans, “deje ya de molestar a la gente de bien”. ¿Molestar?, se leyó en los labios del presidente. Porque no dijo “ofender”, el verbo que en verdad resumía su arenga. ¡Ay la molestia!, qué gran asunto tocó el líder del PP con la punta del pie, como quien aparta una rama seca caída delante de su casa.

Por un momento me trasladé a los cafés de provincias donde la capacidad de abstracción de los llamados parroquianos es meritoria. Están a lo suyo, en sus rituales sin alteraciones ni sobresaltos, aunque fuera jarree. Y tan cierto es que la costumbre nos abriga como que nos aleja del mundo.

El ourensano Feijóo, ex­alumno de los maristas y funcionario en excedencia, se queja del engorro que supone aguantar la matraca de los trans, que hasta ahora no solo han sufrido en silencio la disforia de género, sino que han visto mermados históricamente sus derechos, como en su día ocurriera con las personas homosexuales. Recuerdo las risitas ante las primeras bodas, el “cómo se puede educar a un hijo sin una figura materna”… Todo eso pasó. El disturbio que sacudió a aquellos que quieren imponer a los otros su orden moral pareció apaciguarse.

Lo nuevo molesta. Y más si toca la identidad sexual, caballo de batalla global. Todavía existen clases sociales, pero ya no humanas. Que el PP, tan escandalizado ante un asunto que afecta a entre 14.000 y 25.000 españoles, anuncie que esta ley es la primera que va derogar si llega al gobierno, me evoca –a la inversa– aquel anuncio de Zapatero: retiraré las tropas de Irak y legalizaré el matrimonio homosexual. No se puede jugar con los derechos humanos para ganar votos. La historia ha demostrado sobradamente que la sociedad va a menudo por delante de políticos y leyes, por mucho que moleste a los de todalavida.

Artículo publicado en La Vanguardia el 25 de febrero de 2023

Publicado en Artículos La Vanguardia

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