Los talleres de las ‘maisons’ de costura se vuelcan dos veces al año en celebrar la magia de la moda. El paisaje se transforma con un recital de virtuosismo y extravagancia: y el público se convierte en protagonista
Bajo la influencia de la moda, como si de un astro se tratara, París transforma su paisaje durante la semana de la alta costura. Todo parece tan mutante como efímero, extravagante, teatral. Edificios emblemáticos como el Grand Palais, el Museo Rodin o los jardines de Trocadero se convierten en pasarela improvisada sobre la que desfilan criaturas que visten lo imposible.
A menudo se exhiben para sí mismas y sus móviles aunque buscan ser cazadas por los ojos que detectan las tendencias emergentes y las cámaras de fotógrafos del street style, del que Bill Cunnigham del New York Times o Scott Schuman fueron pioneros.
En el interior se vive un auténtico festín de las bellas artes para no más de doscientos afortunados con asiento asignado para contemplar en directo la propuesta creativa de los couturiers. Celebrities e influencers hermanados con las firmas o nuevas bandas de pop coreano, el público se acerca a la pasarela para glamurizar su imagen.
Samuel Aranda, premio World Press Photo en 2012, autor de este reportaje, no había asistido antes a un desfile. Al principio sentía que aquello no tenía nada que ver con su oficio de fotoreportero: “Lo veía como algo lejano e innecesario. Pero a medida que fui entrando en su atmósfera, tanto en el desfile de Chanel como el de Dior, se me pusieron los pelos de punta.
Accedí a percepciones que pocas veces he tenido: sentía una lluvia de emociones; fue algo parecido a ver por primera vez la Mona Lisa”, afirma. También advierte una atracción fatal entre muchos reporteros y fotógrafos de guerra y la moda. “No sé el porqué, tal vez sea la necesidad de buscar belleza”.
Dos veces al año, en enero y julio, los talleres vuelcan su alma en la colección. Cada maison derrama dinero y esfuerzos para presentar una obra única cuya secuencia no excede los veinte minutos: un desfile, ese ir y venir de trajes para los que se crean performances que los hacen más perdurables en la memoria. El público más extasiado es siempre el que al final no consigue un pase, pero se siente legítimamente invitado a formar parte del espectáculo en París.
Artículo publicado en Magazine La Vanguardia el 26 de febrero de 2023
Comentarios