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Qatar, un gol en el desierto

Doha significa en árabe ‘el gran árbol’. Es una palabra que se deshace en la boca, igual que los dátiles que te sirven en los majelis con un humeante té de menta. Paladeas su exotismo, también su enigma, acaso encerrado en las cámaras de videovigilancia que te observan, y en la imposición de una estricta burocracia que ha instalado para el foráneo la figura siempre borrosa del llamado patrocinador o intermediario. La capital de Qatar, un guisante en el mapamundi, es una ciudad inventada. En la década de los noventa, tras el hallazgo de petróleo y gas de alta calidad, fue edificándose sobre la arena del desierto con vocación de oasis de lujo.

Hasta la misma playa trajeron artificialmente a sus fachadas los hoteles de cinco estrellas, como el St. Regis o el Intercontinental; arena pegajosa bajo el agua donde burkas y bikinis conviven sin ardor. Se le denomina liberalismo musulmán abierto al mundo y a sus costumbres occidentales, pero garante de las suyas. Al menos en público. En privado es otra cosa, y bajo las abayas surgen trajes drapeados de rojo Valentino –propiedad catarí, igual que Harrods– y se brinda con champán. Al atardecer se escucha rezar el salat, y un grupo de mujeres cubiertas de riguroso negro entra en Victoria’s Secret.

No hay impuestos, y todo brilla entre ráfagas intensas de bakhoor. Incluso las antigüedades recolectadas en su magnífico museo islámico han sido importadas. La hermana del emir, Al Mayassa, ha logrado la admiración de afilados dealers de arte a golpe de pujas millonarias­, mientras su madre, la jequesa Mozah, apodada por sus detractores la Barbie del Desierto, es la mejor embajadora del país.

La reputación se compra. También la ambición. Por ello, la familia Al Thani, experta en soft powe , convenció a los mejores arquitectos de que firmaran su skyline a base de cheques en blanco. Y a gurús sociopolíticos para que aportaran contenido a buques insignia de su diplomacia pública: Al Yazira, Qatar Airways o Qatar Foundation. El decorado fue creciendo. Lo mismo importaron las galerías Lafayette que recibieron a prestigiosas universidades yanquis, patrocinaron a los Hermanos Musulmanes y se ofrecieron como espacio neutral para dialogar con los talibanes.

Es difícil ascender en el siglo XXI allí donde una mujer violada es acusada de adulterio

Empiezan a desfilar los protagonistas principales de la comedia humana por estadios cerrados de césped importado de EE.UU. dotados de sistemas de aire acondicionado en el exterior. Se les ve complacidos ante la extravagancia y el orden de un país seco y pacífico que admira a Occidente aunque se rige por una monarquía absolutista. Es difícil ascender en el siglo XXI allí donde una mujer violada es acusada de adulterio.

Las críticas por la violación de los derechos humanos en Qatar salpican su imagen de perla del Golfo. Hace una semana, el activista LGTBI británico Peter Tatchell era invitado a regresar a casa después de exhibir públicamente una pancarta. Y Amnistía Internacional pide justicia para los obreros procedentes de Bangladesh o Nigeria, maltratados y vejados. ¿Cuántos trabajadores han muerto construyendo los estadios del Mundial? “Estamos usando este torneo como un vehículo para el cambio”, ha respondido Hasan al Thawadi, máximo responsable del Mundial. Por la noche, Doha enciende sus torres con voluntad de erigirse en faro global. Pero antes, deberán sustituir el estigma por la libertad individual de sus mujeres y homosexuales, y erradicar los guetos donde malviven sus modernos esclavos, adonde llegará el eco de los goles a través de altavoces de última generación.

Artículo publicado en La Vanguardia el 5 de noviembre de 2022

Publicado en Artículos La Vanguardia

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