Es jueves por la tarde y faltan veinte minutos para que se estrene la obra teatral Miércoles que parecen jueves –escrita por Juan José Millás, dirigida por Mario Gas e interpretada por nuestra enorme Clara Sanchis–, pero todavía estoy en un taxi que encadena semáforos en rojo como si le hubieran echado una maldición. Cientos de pequeñas luces y sirenas me matan lentamente mientras suena la canción homónima en la voz de Roberta Flack. Atenta a la hora que marca la pantalla, mi ánimo bascula entre el desaliento y el rayito de esperanza. Bajo del coche dispuesta a emular a Ana Peleteiro, y resoplo de amor ante la guardiana de la puerta. “Imposible entrar, empezó hace un minuto!”. ¡Un minuto!
Advierto que no estoy sola. El corro de seres despeluchados que guardan duelo por quedarse sin esos Miércoles que parecen jueves va en aumento. Saludo a Vicky Peña y le pregunto cómo está, igual que podría hacerlo en un velatorio. “Ahora mismo, hecha polvo”. Llega jadeando un joven que parece Macron con perilla. “¡Vengo de París para ver la obra!”, suplica a la impertérrita portera, y le susurra: “Déjame entrar très discrètement”. Por un momento la coleta estirada de la mujer parece aflojarse. “Tenemos treinta butacas vacías”, nos consuela. Y entonces se oye un disparo. Es un instante de gracia en el que creemos formar parte de la función.
Nuestra enorme Clara Sanchis es bastante Millás durante la hora y diez minutos de ‘Miércoles que parecen jueves’
Regresé un sábado que pareciera jueves, por si acaso. En escena, Clara Sanchis con gabardina, un ejemplar de Crimen y castigo y un revólver, le preguntaba a la policía si no era lo suficiente Millás para que le dejaran hablar, y recordando que, en el colegio, conoció a una niña que se llamaba Inés Bastante García, siendo extraordinario que alguien de corta edad ya hubiese alcanzado ser bastante algo.
Sanchis es bastante Millás durante una hora y diez minutos. En su conferencia apócrifa, una lluvia de irrealidad va empapando de clarividencia al público, que alcanza esa paz que desprende advertir cómo lo absurdo se convierte en sentido común. “¿Qué es más real, lo que se nos ocurre o lo que ocurre?”, interpela al respetable Ascensión/Juanjo. ¿Por qué nunca nos preguntamos sobre lo que se nos ha ocurrido, en lugar de lo que nos ocurre, que suele ser más prosaico? Y ¿por qué nos han influido más personajes irreales como Quijote o Spiderman que nuestros propios hermanos? Al salir del teatro, una se siente revolucionada, consciente de que el aparato imaginario reclama cuidados urgentes, ya que una desaprensiva realidad lo ha encerrado en el manicomio.
Artículo publicado en La Vanguardia el 3 de noviembre de 2022
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