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La señora Affleck y Ben Lopez

Las empresas de relaciones públicas nunca han tenido dilemas éticos a la hora de colgar apellidos postizos a los acompañantes. En más de una ocasión mi pareja ha sido recibido en un evento como Sr. Bonet, y bien recuerdo que la primera vez prefirió pasar el detalle por inadvertido; yo también. La segunda hizo un comentario risueño – “ya veo en lo que estoy convirtiéndome”–, por lo que a partir de entonces me afané en llamar anticipadamente a los organizadores, deletrear su apellido y pedir que estuviera bien escrito en su tarjeta. De poco sirvió, porque él empezó a rechazar la vida de acompañante a fin de ahorrarse penosas incomodidades.

Me pregunto qué sentirán los hombres –heteros y gais– a quienes alguna vez les han adjudicado el apellido de su pareja, y pienso en la naturalidad con la que lo siguen aceptando las mujeres de gran parte del globo al burocratizar su amor. Afortunadamente, el anacrónico de , esa preposición que caía sobre una mujer para significar su pertenencia (porque la señoría que se le concede es patrimonio del otro), está ya en desuso. España, al igual que Portugal, son felices excepciones en este asunto, a diferencia de Alemania, Inglaterra o Estados Unidos, donde las mujeres normalizaron la pérdida de su propio apellido, denominado “de soltera”. “¿O el amor no es también eso?”, debieron de preguntarse las más reacias.

Aunque hoy se permita la libre elección de mantenerlo o no al margen del estado civil, la no obligatoriedad es relativamente reciente en la mayoría de los países europeos. Por ello sorprendió este verano la determinación de Jennifer Lopez en inscribirse como señora Affleck, tras matrimoniar con Ben Ídem. Ella, la misma que ha construido un relato de mujer emancipada y autosuficiente, feminista de culo prieto. La self-made woman del Bronx que cantaba hace ya veinte años “tengo el control y me encanta” en Jenny from the block y que ha inspirado el empoderamiento de tantas otras López del mundo.

Claro que el romanticismo es un asunto muy espinoso, bien lo sabe Tamara Falcó. Ese incauto sentimiento de darlo todo por el otro, ese pueril “te quiero más que a mí misma” imposible de mantener. Hasta que el desencantamiento explota la burbuja y o bien se faena el largo amor igual que las marisqueras: recogiendo las redes una y otra vez, o se sale corriendo. Jennifer Affleck abraza la romántica tradición patriarcal de mudar el apellido en nombre del amor, aunque comercialmente no perderá el Lo. Imaginen si Ben Affleck se hubiera convertido en un entregado Ben Lopez…

Publicado en La Vanguardia el 29 de septiembre de 2022

Publicado en Artículos La Vanguardia

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