El emblema de este estilo alternativo cumple 30 años. Gabrielle Cortese, alma nómada y corazón de Antik Batik, desentraña una marca que sobrevive al ritmo de fastfashion sin perder esencia y raza
Gabrielle Cortese emerge del fondo del taller de Antik Batik con una chaqueta bordada a mano y sin maquillaje. Estamos en el barrio parisino de Le Marais, y el aroma azucarado de las pastelerías judías se mezcla con el agua y jabón de las aceras recién fregadas. Cortese abre con su relato una caja de resonancias: culturas lejanas, artesanía india o birmana, kaftanes afganos, intrépidas aventuras atravesando Asia o América Latina. Y, principalmente, una voluntad solar.
Nació en Torino, y, de pequeña, su abuela húngara Terka le enseñó a amar el pasaje entre Occidente y Oriente. Este año se celebra el 30 aniversario de su firma, Antik Batik, una de las pocas marcas que vive al margen del marketing y ha logrado crear escuela, pionera en la moda lenta y comercio justo, emblema del boho chic, que han lucido desde Kate Moss a Cate Blanchet. “Sigo pensando que Antik Batik es una pequeña pieza de oro que solo pide que la sigamos puliendo y dándole brillo. Es bonito ver que seguimos creciendo, pero también es duro mantener la imagen en este mundo de la fast fashion en el que en cuanto sacas algo nuevo, ya te lo ha copiado alguien”.
¿Cómo nació su ansia de recorrer el mundo?
Torino es una ciudad melancólica. Hice una carrera de letras, y a través de la literatura empecé a interesarme por el mundo, tanto del imaginado por Italo Calvino como por el de Salgari. Y los libros de viajeros como Bruce Chatwin, “En la Patagonia”, o Alexandra David-Néel, la única mujer que viajo al Tíbet en su época, me atraparon.
¿Cuándo empezó a viajar?
Pronto. Hacía danza clásica, y con dieciocho años me fui Niza a bailar. Me encantó Francia y me quise quedar. Empecé a buscar trabajo relacionado con la danza en París y lo conseguí en el Crazy Horse. Y conocí a mi marido –el actor Marc Rioufol- en Le Palace. En una ocasión me invitó a su casa a fumar un porro. No fui, pero nos reencontramos. Murió hace doce años de un ataque al corazón. Tuvimos un hijo, Marc…
Y a los 26 años se fue al Tibet, ¿qué le ocurrió allí?
Viajé sola; no tenía miedo. La gran inspiración consistió en entender que toda la artesanía nace de una cepa común. Comprendí cómo la India influía a Europa, y cómo Centroeuropa estaba en la India. Dibujaba los diseños, y luego los mandaba imprimir sobre telas. Empecé poniendo anuncios en periódicos y revistas.
¿Así nació Antik Batik en 1992?
Sí. Vendía pareos en París y regresaba a Bali a producir más, hasta que se desbordaron los pedidos. Y poco a poco fui incorporando más piezas: el gorro de crochet, el bañador crochet, los caftanes…
¿Tuvo malas experiencias de viaje?
No. Tuve la suerte de que nunca me paso nada. Uno tiene que tener cuidado, manteniendo un perfil bajo. Lo interesante de viajar son siempre las experiencias humanas. En aquella época era complicado hacer negocios, porque las comunicaciones no eran tan buenas como hoy –era la época del Telex-. Yo quedaba con unos artesanos birmanos que estarían tal día a tal hora día en una cabina telefónica concreta, y llamaba rezando para que estuvieran al otro lado de la línea…
Emmanuel Macron le pidió que le acompañara en una comitiva a la India.
Sí, formé parte de su delegación cultural y artística. Me preguntó qué pensaba de la India, y le dije que no es un lugar al que uno va una vez y ya lo conoce. Hay que viajar varias veces, muchas, para conocerla.
¿Qué piensa de la actual reivindicación de la artesanía por parte de los grandes holdings de la moda?
¡Es ridículo, la verdad! Una fatal estrategia de marketing, e incluso una forma de apropiación cultural. Promueven el ecologismo y la artesanía local, pero es todo falso, un impostura.
Entrevista publicada en La Vanguardia el 3 de octubre de 2022
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