Cómo vas a pedir una cocacola en Sotogrande, o en las regias fincas castellanas donde se practica la caza ilegal de machos monteses si allí no sirven bebidas infantiles? Solo alcohol, preferiblemente on the rocks, para calmar ese esplín vital que se aplaca haciendo dinero –mucho dinero– con los brazos cruzados. Pienso, por ejemplo, en los bronceados jugadores de polo que cepillan amorosamente a sus caballos sin esa prisa proletaria que ensucia nuestros días. Mi corazón saltimbanqui conecta con los paisajes de millonarios que alguna vez he visitado como intrusa, asombrada ante la calma tan parecida al tedio que emana de sus palacios decadentes donde toda actividad doméstica se concentra en una mesa de naipes con brasero.
“Bienvenidos al Edén” parece anunciar Juan Moreno Bonilla –paraíso, le llama Ayuso–, animando a que los potentados catalanes se pongan la chaquetilla flamenca para ahorrarse el impuesto de patrimonio. En el padrenuestro en castellano hace tiempo que no se perdona a los deudores sino a los que nos ofenden, a diferencia del catalán, inmutable como sus leyes fiscales. De poco sirve arrugar la nariz ante la igualación a la baja de la comunidad más rica de España, Madrid, y la más pobre, Andalucía, porque la cuestión de fondo sigue siendo el gran aplauso de tantos espectadores aspiracionales que engorda al capitalismo rentista. El mismo que no impacta positivamente en el PIB y aumenta la desigualdad.
“Las impresiones repugnantes también pueden disfrutarse”, afirmaba el gran Schnitzler, algo que el llamado pueblo , atento a la ostentación de sus ricos, siempre ha sabido. En Relaciones y soledades (Alfabeto), el dramaturgo vienés alerta de las “personas ridículas” que sin desear de verdad una cosa imaginan que la quieren. Sí, deseamos las vacaciones permanentes de quienes no necesitan trabajar porque su patrimonio exuda millones. Pero detestamos convertirnos en holgazanes odiadores que ladran en las redes y tañen cacerolas junto a la sirvienta. Y es que la polarización también ha sido azuzada por el exceso de tiempo libre de los que viven de rentas y no tienen a quien escribir.
Aunque no todos los grandes propietarios ni sagaces rentistas se alegran de ser los niños mimados del populismo fiscal y de contribuir con calderilla al bien común. A pesar de que lleven pantalones blancos todo el año, son conscientes de que puede llegar el día–como ocurrió en el pico de la pandemia– en que supliquen que les salven la vida en un hospital público.
Artículo publicado en La Vanguardia el 22 de septiembre de 2022
Comentarios