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Entre la presencia y la ausencia

La extrañeza ante la muerte de quienes quisimos nos sacude como una bofetada en la conciencia, que, medio aturdida, corre a buscar alguna distracción para hacer las paces con la vida que nos queda. Y ese lugar es la memoria. “¡Mira qué cerca está! Es ese misterio de la presencia en la ausencia…”, le dije a mi amiga ante la pantalla donde se proyectaba Vete de mí en homenaje a Juan Diego. Él parecía tan vivo como de costumbre. Con su extraordinaria carta de miradas al bies, excelso maestro del contraplano. Y su voz ahumada, resecando el rajo de un sur siempre rojo. Tras la película, en la Academia de Cine se recordó al actor, al amigo, al hombre íntegro, incorruptible. Juan Pliegos contó Ana Belén que le apodaban en la oscuridad franquista, porque siempre llevaba papeles de alguna causa justa bajo el brazo. Él fue quien inició la huelga de actores de 1975 para que les dieran un justo día de descanso, y por ello acabó en el calabozo. Hasta Simone Si­gnoret e Yves Montand intercedieron para su liberación. 

“Todo se le quedaba chico”, resumían sus amigos. La escuela de Juan Diego es inabarcable, y ahí está su obra, una fuente de registros interpretativos; “en una ocasión encarnaba a un enfermo, y el pecho le hacía un ruido infernal. Hasta ahí alcanzaba a meterse en el personaje”, recordó Pepón Nieto.

Unas horas antes, en el patio del edificio modernista de la SGAE, ya había sentido ese estremecimiento que anida entre la presencia y la ausencia escuchando las canciones de Aute –el corrector ha escrito arte –. La vida me concedió la fortuna de disfrutar de las voces de Juan Diego, sentado en la mesa de su comedor, así como de dibujar en la playa de Zahara junto a Eduardo. “Los martes, artes”, lo bautizó, animando a toda pandilla veraniega a sumarse. Porque tanto Juan Diego como Aute fueron maestros de artistas; en todo lo que hacían eran poetas. “En una relación, si no hay magia, todo se queda en un aerobic de genitales. En el arte, si algo no tiene poesía, es plano”, me explicaba Aute­, a quien le reventaba que solo se hablara de economía y finanzas. Él fue un compositor que retocaba la letra hasta un minuto antes de grabar la canción. En el homenaje de la SGAE habló su familia de la carretera. Marwan cantó Siento que te estoy perdiendo, y se abrió un trozo de cielo. Los pájaros trinaban al compás, y en un patio vecino unos niños entonaban el Cumpleaños feliz . Todo parecía tan en orden, tocado de una profunda ligereza, que pensé que aquello sí era vivir después de morir.

Artículo publicado en La Vanguardia el 2 de junio de 2022.

Publicado en La Vanguardia

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