¿Cuántas veces hemos oído la frase “dejemos los sentimientos a un lado”? La sentencia ha calado hasta los huesos de una doble moral tácitamente aceptada que perpetúa unas normas de conducta amparadas en una falsa ejemplaridad. El papelón representado por Pablo Casado lo evidencia. Ahí están los besos helados de su Salomé Díaz Ayuso, que con tanta resolución sirvió su cabeza a un PP abocado al eclipse ante el implacable trabajo de zapa de Vox. O las palabras del pope Aznar, que le habló igual que a un difunto: “Pablo, donde quiera que esté…”. Calificarlo de cinismo es simplificar. Que aquellos que se han espiado e insultado se cojan el brazo para salir en la foto con sonrisas de TikTok y bolsos de Luisvui evidencia la praxis con la que se congelan las leyes morales en el teatro de la política.
“No podría decir a ciencia cierta si la situación mejorará cuando las cosas cambien; lo que sí puedo decir es que tienen que cambiar para que la situación mejore”, afirmó el sabio de Gotinga G.C. Lichtenberg. Aunque no sé yo si cambiar, lo que se dice cambiar, es lo que se plantea el PP, cuyos delegados le daban la bienvenida a su presi con A rianxeira, en lugar de las Tanxugueiras: “Non te vaias, rianxeira, que te vas a marear”.
Núñez Feijóo es un líder de provincias llamado a tranquilizar a la familia popular. El único adulto que hay en la sala, según dijo la papisa del PP, Cayetana Álvarez de Toledo –¡qué dúo ganador formaría con una Ayuso cardenalicia!–. Se destaca en la biografía de Feijóo que a los cuarenta, cuando otros combaten la crisis de la mediana edad con injertos en el pelo, él se afilió al partido. Y veinte años después asume lo que, según sus palabras, no es un cargo, sino una carga. Porque, cual Bartleby, también él preferiría no hacerlo y estirar esa vida despaciosa en Santiago avalada por cuatro mayorías absolutas. Pero ha sido conminado a dejar las emociones a un lado para demostrar su firmeza en ese Madrid tan neoliberal como punky, donde se puede fumar en los privados de los restaurantes porque siempre hay una rendija para desafiar lo políticamente correcto. No es ese el terreno natural de Núñez Feijóo, que mezcla un neolocalismo chic con la realpolitik conservadora, y que resucita el cuñadismo con chistes malos: como he puesto a uno del Atleti, ahora me toca a otro del Madrid, dijo en el congreso el político adulto. De momento, mientras Feijóo anuncia templanza, barra libre para la ultraderecha cuya bandera está por delante de la democracia. Que Madrid no le arda encima.
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