Partamos de que el sintagma “una mujer loca” cotiza tan bajo como el de “un plato de tripas de pescado”, cuyo valor oscila entre la repugnancia y la nada. Todavía hay quienes las imaginan cubiertas por una bata raída y arrastrando los pies, con las lenguas hinchadas y secas. Mujeres sombrías a las que se castiga como si fuesen responsables de su trastorno. “Anímate, no es para tanto”, les dicen primero. Luego las callan. Las infantilizan. Las atan. Las medican hasta convertirlas en trastos arrinconados sin derecho a oler el café de la mañana porque, una vez perdida toda su respetabilidad para los otros, también han extraviado su yo.
Hubo un tiempo en que los locos eran dioses y chamanes, hasta que terminaron en la hoguera. A la locura se le puso rejas, vergüenza, miedo. Hoy soportamos a mafiosos y corruptos, pero la locura –y más si tiene rostro femenino– nos paraliza. Según la Encuesta Nacional de Salud, las mujeres diagnosticadas con depresión y ansiedad crónicas representan el doble de los hombres.
En pueblos y barrios son perseguidas por la muchachada, la misma que empezó a marginar a la hija de la activista en salud mental Mercè Torrentallé y la convirtió en “la hija de la loca”. Así reaccionó ella: “Ya que me llamáis loca, os explicaré qué es para mí la locura”. Hoy, vive abocada a dar visibilidad a los trastornos mentales, a contribuir a que actualicen protocolos y se supriman vejaciones.
Quedan pocos testimonios históricos de mujeres que padecieron trastornos, a excepción de Sylvia Plath, Pizarnik, o aquel relato de terror silencioso de Charlotte Perkins: El papel pintado amarillo, que desborda lucidez y angustia. La escritora feminista Kate Millett, diagnosticada como maniaca-depresiva e internada contra su voluntad en un centro irlandés, resumió su experiencia en 1990 en Viaje al manicomio. En sus páginas relata su lucha para mantener el control de su vida, y reivindica los derechos civiles de los enfermos mentales. Rescato un fragmento: “El mismo manicomio es una insensatez, una anomalía, un cautiverio aterrador, una privación irracional de todas las necesidades humanas; conservar la razón dentro de un lugar así supone una lucha abrumadora. Al cabo de cierto tiempo, muchas víctimas se derrumban, aceptan que están locas; se rinden. Y se vuelven retraídas”. Dimiten de la realidad porque carecen de red.
Según Torrentallé, actualmente siguen practicándose –tanto en la sanidad privada como en la pública– métodos considerados actos de tortura por la OMS. Tiene constancia de sus salvajes consecuencias: “A mí me ataron a la cama con correas de cuero. La contención química a menudo provoca la regla, y si estás atada no puedes tocar el timbre. Pasé así cuatro días. Y tan solo hace dos años que prohibieron la esterilización forzada que contemplaba la ley”. Miembro de la junta ejecutiva de la Federació Salut Mental Catalunya y de Obertament, expuso el estigma relacionado con la locura en el Parlament. Su discurso, directo, determinado, brillante, puso en pie a todas sus señorías, sin excepción. “Los locos no tienen brotes las 24 horas del día ni los 365 días del año”, repite. Y asegura que existen alternativas, apenas exploradas para paliar el abuso constante al que son sometidas las mujeres locas.
La OMS advierte que una de cada cuatro personas sufrirá alguna enfermedad mental a lo largo de su vida. Pero ¿qué es la locura? “Amar de por sí es cordura, el resto es locura”, escribió Kate Millett. Y nadie está a salvo.
Artículo publicado en La Vanguardia el 5 de febrero de 2022.
Excelente artículo sobre una realidad oculta, tan oculta como se hacía antes en las familias con los “borders”. Hasta que no pasan casos como el de Verónica Forqué no adquiere visibilidad. Y, como bien dices, las mujeres no están en crisis las 24 horas del día.