Inés Sastre acaba de ponerse la tercera dosis de la vacuna de Moderna. “Y me he venido arriba, aunque debo de estar muy inmunizada, porque yo tuve la gripe aviar –me contagié en Bangkok, en una sesión de fotos para Telva, y me salvaron en el Policlínico de Roma–, y he pasado el cólera, la difteria, el tétanos… Soy la prueba de la existencia de Dios: ¡sigo viva! Este año he perdido a mi padre, pero sí, tengo un lado espiritual y lo he vivido de forma especial y siento su acompañamiento” me cuenta desde su casa madrileña del barrio de Salamanca, donde en una misma pared conviven armoniosamente un Tàpies y un Sicilia. Sobre una pila de libros de arte reposa un trofeo, la M en bronce de Magazine Lifestyle –Inés recibió el pasado diciembre el premio a la modelo icónica–.
“En general declino mi asistencia a galas y eventos frívolos, creo estos momentos no corresponde, pero estos premios fueron increíbles, inspiradores, llenos de valores”, dice.
La descubrió Carlos Saura, tras participar en el primer anuncio de McDonald’s España con apenas doce años. De pequeña hablaba lo justo; era una niña observadora a la que le encantaba escuchar la radio. “Me decían que era especial, y yo no sabía si eso significaba que era un poco tontita o súper inteligente. Es curioso, porque la gente más tímida es la que más extrañamente se exhibe; la mayoría de los actores somos tímidos, reservados. Hay una dicotomía entre tu mundo interior y las ganas de compartir, y también de ser querida, claro”.
El caso es que Saura se quedó hipontizado ante aquella muchacha silenciosa y le dio el papel de ‘Elvira’ en El Dorado (1988): “fue una experiencia muy difícil, pero que me permitió empezar a hablar a través de mi trabajo. Y en el rodaje me mordió un mono”.
Pronto se encontraría con tres grandes cineastas, Michelangelo Antonioni, Wim Wenders y Sydney Pollack, con quienes rodaría Más allá de las nubes y el remake de Sabrina, junto a Harrison Ford y Julia Ormond. “En Cinecittà no se estaba tan a gusto trabajando casi a cien grados… pero fue una época fascinante: entonces se empezaban a contar historias de mujeres, que habían permanecido silenciadas”.
Tiene por derecho propio todo un capítulo en la historia de la moda española: con 15 años le concedieron el Premio Look of de Year de Elite (del que ella creía que era un concurso de misses “horrendo”, y no quería presentarse), pero le pidió a la agencia que esperaran unos años para ficharla –“no me quise perder el mundo universitario porque había empezado a trabajar demasiado temprano y quería estar con gente de mi edad, vivir esa experiencia–.
La moda no era tan totalizadora como el cine, que exigía largos rodajes, y lo hice compatible. Creadores como Armani y Valentino fueron grandes aliados de Sastre, al igual Karl Lagerfeld, que siempre la veía como una personaje de Antonioni. “Fue un período excepcional–recuerda–. Me siento muy feliz de haberlo vivido. Todas las estrellas giraban a mi alrededor, y yo era un pato mareado (risas)”.
“Yo creo en el esfuerzo y la tenacidad. Y pienso que fui valiente matriculándome en la Sorbona. Fue una decisión tremendamente difícil”, narra la actriz. Y prosigue: “En primer curso saqué un cero en lingüística general, y no paraba de llorar en plan Sarah Bernard, diciendo: “me vuelvo a mi país”. Pero en el siguiente examen conseguí un sobresaliente. Llegaba a clase, a veces tras un desfile, con mi flor de Chanel, y la profesora me preguntaba cómo había ido… todo acabó engrasándose”.
Ahora la modelo y actriz ha regresado a España tras tres décadas viviendo en París. En Francia fue ordenada Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres y una de las modelos que llegó más alto, la primera española que desfiló para Chanel e imagen de Lancôme junto a Isabella Rossellini. Hoy ejerce de embajadora de Mesoestetic –nunca se ha intervenido el rostro, pero sí cuida las manchas de la piel–.
Considera la moda como una formas de la creación, y, al preguntarle si detesta alguna de sus caras, responde que ella sobre todo detesta “la mala educación”. Y reivindica la cultura de moda que se fraguó en la España de los 90, así como su papel de pionera: “con las primeras revistas de moda fuimos participes de un cambio increíble. De nueva concepción de la mujer. Apenas recordamos que ese era uno de los pocos espacios en los medios para nosotras. Rechupeteábamos sus paginas que te contaban historias de referentes; ahora apenas nos acordamos pero su aportación fue fundamental para las mujeres”.
A Inés le interesan los viajes y el descubrimiento a través de la propia experiencia; “y me encantan los aviones”, dice. Se declara profundamente europea. Lee literatura medieval, su especialidad, y sus poetas preferidos son Éluard y Quevedo –la poesía nunca es inútil”–.
Reconoce que, después de tantos años fuera, se ha hecho “bastante nórdica”: “me gusta cenar pronto y echo de menos la baguette y las flores. En París, cuando hace un día bueno, te dices “hay que salir y aprovecharlo”. Aquí casi cada día hace bueno. En el cambio he perdido humedad, y ¡echo de menos los quesos franceses!” .
Golf, lecturas, campo, aventuras, todo eso comparte con su hijo Diego –pidió a los medios que no pixelaran sus ojos porque quiere que viva con naturalidad la condición de famosa de su madre -. “Lo preparo para que tenga las herramientas necesarias para enfrentar sus retos. Con los hijos hay que compartir, hay que pasar tiempo con ellos: les pedimos que hagan mil actividades pero, ¿ cuántas veces nos sentamos con ellos para que nos cuenten sus problemas?”
Fotógrafo: Manuel Outumuro
Estilismo: Fermin+Gilles
Maquillaje y peluquería: José Juan Guzmán para Armani Beauty
Asistente de fotografía: Marcos Pérez
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Artículo publicado en Magazine Lifestyle de La Vanguardia el 23 de enero de 2022.
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