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El precio de un cuerpo

Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer ES | Naciones  Unidas
ONU Mujeres

Cuando observamos las fotos del cuarto de una niña difundidas por la policía a través de Twitter –“una menor podría estar en riesgo”–, supimos que allí podía haber algo nuestro. Aparentemente todo estaba en su sitio: el anorak azul marino, tan parecido al de nuestras hijas; los bolsitos rosa y lila que estrenan cuando juegan a ser Campanilla; esa hilera de peluches que dormitan esperando a su dueña, la misma que hace volteretas en el aire porque todavía está en edad de volar. La escena nos devolvió un eco familiar, por ello nos estremecimos al saber que aquella pequeña ya tenía precio. Y que bien hubiera podido engrosar la lista de quienes son atrapadas por las redes de pornografía infantil, un negocio cada vez más boyante, en el que caen sin presentir el terror agazapado en su habitación.

El cuerpo de las mujeres vale mucho dinero si se sabe utilizar, por ello la trata pervive convertida en la esclavitud del siglo XXI. La explotación sexual ha campado a sus anchas, impune a causa de su normalización durante siglos. Foucault incidió en la teoría del cuerpo inmerso en un campo político: el del dominio. “Las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos”, alertó. Porque el rol que se les otorga a aquellas que son convertidas en esclavas sexuales –despojadas de todo excepto de su fisicidad– es el de mero objeto de placer. Por supuesto, con fecha de caducidad.

La trata de mujeres con fines sexuales genera casi tantos ceros como el tráfico de armas o de drogas. La desarticulación de la banda que en Madrid había captado en las redes a muchachas de 14 años con vidas torcidas, sin afecto ni protección, para drogarlas y convertirlas en mujeres prostituidas demuestra que los grilletes de las víctimas son montañas difíciles de mover. La estadística queda por debajo de las cifras reales: ¿cuántas no pueden escapar o están muertas sin que nadie preguntara por ellas? Pero la demanda de sexo esclavo fortalece la perpetuación de este sometimiento inhumano. Deberíamos preguntarnos quiénes son los hombres que consumen esos cuerpos, incentivando un mercado que mueve, en todo el mundo, 32.000 millones en un día. Si nuestra civilización no comprende, de una vez por todas, que el cuerpo de una mujer no es un botín y se une para luchar contra los depredadores desde la primera canción de cuna, las cruces negras seguirán derramándose sobre nosotras.

Artículo publicado en La Vanguardia el 20 de enero de 2022.

Publicado en Mi Smythson

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