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Nuestra Hemingway

Murió Joan Didion, y aquellas que un día escribimos en revistas femeninas y atesoramos entre nuestros fetiches sus libros junto a pañuelos de seda

“El estilo es el carácter”, señalaba la misma que alquilaba una mansión en ruinas en Ho­llywood o se compraba un Corvette color plátano. En la prensa cambió la manera de escribir sobre historias públicas, igual que una manualidad, con cortes, flashes y collages; la fragmentación como manera de pensar en contemporáneo.

Se aproximaba a la realidad con una distancia brechtiana, domando el sentimentalismo como si siempre acabara de escribir con un golpe de ginebra. Didion feminizó ese escribir frontal de Hemingway en que lo cotidiano no se escabulle pese a la acción exterior, sea en El Salvador o en Cuba, desde donde firmó reportajes. Didion, que no se consideraba una intelectual, huía de abstracciones de salón y conservó su malditismo hasta su canonización con El año del pensamiento mágico.

Cuando su marido, John Gregory Dunne, cayó fulminado por un infarto –“nuestros días estaban llenos de la voz del otro”– actuó con disciplina: de la parálisis a la autocompasión, del estupor a la construcción de un nuevo espacio mental donde la brecha se iba rellenando con aceptación perpleja, pero viva. Y firmó una obra maestra. Joan Didion fue una escritora que miraba sin unirse, apoyada en el marco de la puerta.

Artículo publicado en La Vanguardia el 27 de diciembre de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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