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Una canica en la nada

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Cuidar es un verbo grande. Implica entrega y paciencia, atención y generosidad, y en cambio, forma parte de la vida minúscula. Implica entrega y paciencia, atención y generosidad, y en cambio, forma parte de la vida minúscula. Cuidadoras llamamos a las mujeres que atienden a los nuestros, sean niños o ancianos, mientras nosotros estamos terriblemente ocupados al teléfono. Y aceptamos tácitamente que sea una profesión mal pagada y poco –o nada– reconocida que desempeñan quienes no buscan privilegios y asumen ese penúltimo peldaño del escalafón social como una forma de supervivencia. En ellas, porque la mayoría son mujeres, delegamos lo más preciado: les entregamos a nuestros hijos, a quienes a veces tenemos necesidad de perder de vista. “Un respiro, por favor”, resoplamos a fin de contrarrestar la alienación que puede producir la intensa demanda de los otros, lejos del ideal.

En los nuevos enfoques del pensamiento feminista, la ética del cuidado resulta esencial para completar una pertinente comprensión del mundo. Pretende reparar en la injusticia que ha oscurecido la aportación de las feminizadas tareas del cuidado, no solo en términos económicos sino como garantes de civilización. Porque cuando se dimite del cuidado, aparecen los monstruos peludos. Las familias que venden a sus hijos, como esos 37 que no habían cumplido los 14 años y ya habían sido formados para ser ladrones de cajeros por una banda rumana en Madrid. Dormían sobre el suelo, y ante la llegada de la policía despertaron con las pupilas dilatadas. Más de tres mil menores son víctimas de la trata infantil al día, y las ganancias obtenidas superan a las del tráfico de armas. No podemos desentendernos: los niños y niñas que dejaron atrás los juegos para bregar con trabajos tan duros como precoces representan ya casi un tercio de la ciudadanía de la UE. Entre las urgencias del progreso debería figurar la protección de su inocencia, y la ética del cuidado, para que su inocencia no acabe igual que una canica perdida en la nada.

Artículo publicado en La Vanguardia el 25 de octubre de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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