Saltar al contenido →

Sin relojes en Afganistán

Foto: Ehimetalor Akhere (Licencia Unsplash).

“Una pérdida de tiempo, un puto discurso plagado de putas estupideces”. Esta frase tan mal hablada pertenece a la películaMáquina de guerra , en la que Brad Pitt interpreta a un trasunto del carismático general norteamericano Stanley McChrystal. Y se refiere al discurso de Obama en West Point en el que anunciaba una terrible contradicción: enviaría más tropas al país que invadieron tras los atentados del 11-S, aunque se comprometía a emprender su retirada escalonada a partir del 2011. McChrystal, en cambio, quiere pelear en las regiones más hostiles para asegurar el país antes de la retirada. Es austero, duerme cuatro horas, moriría por sus tropas. “No ganamos la guerra porque no la libramos”, dice. El rearme silencioso de los extremistas no se hará esperar; se extiende una frase premonitoria de los talibanes: “Vosotros tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo”.

A la entonces ministra de Defensa, Carme Chacón, le interesaba McChrystal, con el que se reunió varias veces en Kabul junto al entonces Jemad, José Julio Rodríguez. Fluyó la empatía entre dos seductores. Intercambiaban mensajes, incluso Chacón llegó a variar algunas tácticas siguiendo las ideas del general. Ella tenía muy claro que aquello era una guerra, y siempre se refirió al conflicto como tal, sin eufemismos, porque no quería que le ocurriera lo que a Zapatero con la crisis.

De nuevo, la vida de una mujer vale menos que la de una cabra; no hay otra salida que el asilo

En las Navidades del 2008 pude integrarme en el Falcon que viajaría hasta Manas para, desde allí –en un infernal vuelo en Hércules–, llegar a Herat, donde la ministra visitaría al contingente. Recuerdo bien al pastún que nos condujo en un autobús soviético hasta la base y los dormitorios de las militares, con ositos de peluche y un libro de Dulce Chacón sobre la litera. No pudimos salir de la base por el elevado riesgo de ataques. “¿Cómo es la vida en Afganistán? ¿Y la de las mujeres?”, preguntaba a quienes habían recorrido sus calles. Y relataban una vida medieval, donde muchas niñas estudiaban clandestinamente. Las mujeres vivían con las libertades limitadísimas, reservadas para una élite –el 20% de la población que colaboraba con los extranjeros–. Como Sharifef, refugiada en Madrid desde hace cinco años, que fue condenada al analfabetismo. Esta semana llegaron su madre y su hermana pequeña a Madrid. Forman parte de las 2.181 personas que han podido salir del aeropuerto de Kabul, de ellas 1.700 han pedido asilo en España, según fuentes de ­CEAR. Se sienten igual que extraterrestres, y el dolor por los suyos, retenidos en Herat, les hace sangrar los dientes.

El tiempo ha demostrado acertadas las críticas que el general McChrystal vertió contra Joe Biden –entonces vicepresidente de Obama–, al que tildó de miope. Hemos llegado al Caosistán , predijo antes de su relevo al frente de las tropas de la OTAN en Afganistán. Ahora, una década después, se acaba de desmontar la pantomima: un gobierno de cartón piedra apuntalado militarmente se ha derrumbado como un mal decorado, y ha permitido a las fieras recuperar el control. Fieras salvajes y crueles. De nuevo, la vida de una mujer vale menos que la de una cabra. Parece difícil pensar otra salida que no sea el asilo. “Desde España estamos liderando una campaña de salida de emergencia, para abrir corredores humanitarios”, me informan desde CEAR. Porque la solidaridad internacional parece el único paliativo ante un desastre anunciado y engordado a causa de las dioptrías geopolíticas de quienes todavía no han comprendido cómo se combate el fanatismo.

Artículo publicado en La Vanguardia del 4 de septiembre de 2021.

Publicado en La Vanguardia

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *