El pronto del taxista milanés es hosco. “Vamos al teatro Armani”, le digo; “Ya veremos si llegamos algún día”, resopla. Pero en su segunda frase, de tanto que farfulla el español, estoy a punto de recomendarle la oficina de Toni Cantó. La semana de la moda altera las burguesas calles de Milán y enferma a sus habitantes, que, tras año y medio de parón, retoman la vida en la ciudad de las ferias. Ferias con fauna. Fogones non-stop donde cortan a lo Salomé la testa di funghi porcini con exquisita delicadeza, porque el nuevo zeitgeist impone la sutileza, y muchos quieren ser champiñón, árbol o pájaro.
Pero la antigua normalidad nunca regresará a la moda. Por un lado, el peso del lujo se reduce a una gota. El desfile de Sportmax, en un espacio tapizado de blanco nuclear, invitaba a ver una colección titulada Anatomía del silencio , inspirada en los estudios sobre el sonido de John Cage. Reverbera un gong e imaginas el disco de bronce golpeado en el centro con un mazo recordando aquella leyenda: quien tañe el gong toca el universo. Hoy esta es la función de la alta moda: rozar la utopía. Pero ¿no se trata de un sistema que homologa, impone y esclaviza? ¿O de un envoltorio que reafirma una identidad y la proyecta, promoviendo la inclusividad de tallas, cuerpos, razas y género?
La moda sin mensaje resulta insignificante. Desde Coco Chanel se convirtió en un canal político. ¿O no lo es ponerles pantalones a las mujeres? En este cambio de siglo la pancarta ha ganado espacio: “Tasas para ricos”, llevaba grafiteado Alexandria Ocasio-Cortez en su vestido de la gala de los Met. Algunas marcas cuentan con filósofos para concebir otra manera de tocar el universo. Ah, me dirán, qué manera tan bonita de hacer dinero: el capitalismo absorbe las tendencias. ¿Y si es al revés? Habrá que entrenar la mirada para desear aquello que antes veíamos torcido, aunque estuviera en su lugar, demostrándose una vez más que la belleza tiene patas.
Artículo publicado en La Vanguardia el 27 de septiembre de 2021.
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