A menudo, los creadores de bulos se sienten traficantes de sueños, capaces de pervertir la verdad para alegrarse el día. Animan los corrales con pienso gourmet, cocido con los detritus que gotean de sus compadreos, y acaban convirtiendo la animadversión hacia el rival en una persecución personal, insidiosa, inagotable. Es la trinchera del contrapoder.
Si eres Pablo Iglesias o Irene Montero, lo tienes crudo. No importa que asistan a un concierto en el Jardín Botánico, como el pasado 2 de julio, para escuchar a Ismael Serrano y entonar en un arrumaco los versos de La llamada . Ni que recojan juntos a sus hijos en la escuela, o compren en el súper como cualquier pareja con tres criaturas. Porque, de repente, sentirán que les arrojan otro ramito de estramonio.
Iglesias y Montero sufren un acoso sistemático desde hace dos años
“Pablo iglesias e Irene Montero se separan”. El titular ardía en redes. No aparecía en ninguna revista del corazón, sino en digitales donde bregan profesionales con oficio. Y daban por bueno un guion culebronero, fiel a la textura del acoso sistemático que sufren desde hace dos años: crisis de pareja, cabreo de la mujer porque el marido deja el trabajo y se corta la coleta, y, por supuesto, cuernos con una rubia. Pero tanta pornografía política hace dudar al lector –incluso al más ingenuo–, por mucho que no les agraden, que su ideología sea bien distinta.
Apuntar hacia la vida privada para tratar de desestabilizar a representantes públicos –aunque Iglesias haya abandonado dicho espacio– ilustra acerca del amarillismo que tiñe la actualidad política. También de la guerra soterrada que persigue la cancelación de sus figuras –algo que lograron con él–, así como dejar fuera de foco las conquistas de Montero, la ministra más zapaterista que el propio Zapatero.
Las persecuciones mediáticas se procesan con los intestinos estreñidos. Qué saludable sería que esa caverna tomara un buen laxante para evitarnos tan lamentable escatología.
Artículo publicado en La Vanguardia del 12 de julio de 2021.
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