Picasso precisó de más de ochenta sesiones para pintar a Gertrude Stein; hasta que exclamó: “¡Ya no puedo verte cuando te miro!”, y le borró la cabeza. Tras unos meses de vacaciones en España retomó el retrato y sustituyó los rasgos físicos de una personalidad tan compleja como la de Stein por una máscara. A la escritora le gustó el resultado, pensó que las máscaras ocultan pero también revelan. Fueron muchos quienes le dijeron al artista que no lograban reconocerla en el cuadro. “No importa –respondía Picasso–, al final ella terminará pareciéndose”.
Algo similar ocurre con los retratos de los candidatos a presidir la Comunidad de Madrid: de tanto mirarlos, ya solo vemos sus máscaras. Su representación simbólica en los programas de humor enfatiza los clichés, agitados por el fantasma de la ideología. Porque la pandemia ha terminado de crispar el debate político y, lejos de dar por finiquitado el cleavage derecha-izquierda, agranda sus trincheras. El neoliberalismo o la xenofobia chocan con la justicia social y las políticas de igualdad. La contienda ha sido agria, jaleada hasta por floreros chinos que no se resignan a decorar, como Felipe González, que se mostró mucho más comprensivo con Vox que con Unidas Podemos. Es la lógica del intercambio de máscaras, que oculta los verdaderos rostros en nombre de la ideología.
En su interesante ensayo Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros (Ned Ediciones), Jorge Alemán afirma que “la ideología no solo implica un lugar desde donde me desconozco, sino que también da un lugar donde me reconozco , en la medida en que el sujeto se constituye a partir de una interpelación que viene del Otro (lugar que podríamos traducir como el ámbito global del lenguaje y del inconsciente)”. Es una explicación que me ayuda a entender por qué han emergido los espectros del fascismo y el comunismo, repolarizando esas dos Españas que parecían haber dejado atrás la visceralidad ideológica, pues habían descubierto lo sexy que resulta tener amigos de derechas cuando se es de izquierdas, y viceversa. Desconocimiento y reconocimiento, esos dos motores de la existencia.
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