Este maestro artesano bebe de la mitología clásica y la cultura helenística para crear sus aromas, ajeno a las tendencias y fiel a su ambición de crear aromas hipnóticos desde su laboratorio en Florencia.
Lorenzo Villoresi habla pausadamente desde su laboratorio en Florencia, ubicado en un palacio familiar del siglo XV, un estudio poblado de pequeños frascos de esencias y cuadernos que contienen anotaciones propias de un alquimista. La pantalla es capaz de transmitir la calma como estado mental que envuelve al jardinero, dichoso porque ya florecido el frangipani en su pequeño museo-jardín, un oasis donde cultiva las flores más codiciadas del mundo, desde la vainilla de Madagascar a la xampaca; “el ylang-ylang en cambio aún no ha brotado”, añade.
Se acercó al perfume a través de la filosofía helenística y la filología bíblica. Lector de Séneca y Heráclito, interpretador de sueños y poeta, viajó a Oriente Medio porque en Italia no había las cátedras específicas que buscaba: “siempre me ha interesado el pensamiento, todos los sujetos y facultades humanísticas”. Allí quedó deslumbrado por el culto a los aromas.
“Estudié en Jerusalén, El Cairo y Marruecos, e incluso Sudán; y quedé impresionado. Allí el mundo de las fragancias está mezclado con la vida cotidiana. Recuerdo mi estancia en Egipto, en 1981: si tomas un café, está perfumado con cardamomo; los cigarros con ámbar; el té lleva menta; la leche contiene semillas aromáticas; y se disuelve la flor del naranjo en las pipas de agua… “
Le fascinó, explica, “la calma y la hospitalidad de los perfumistas, así como todos aquellos frascos de aceite delicados. Ellos quieren entender el gusto y el estilo de la persona para captar algo profundo y embotellar una ráfaga de identidad. Era mágica la forma en que personalizaban los perfumes. También recuerdo la incomparable la experiencia de ver florecer el melograno, y sentir una una mezcla única de flores y de frutas”.
Un día lo visitó una directiva de Fendi y le encargó potpurri y velas perfumadas. Así empezó en la alta perfumería. Continuó con Armani y otras casas que buscaban fragancias para ambientes únicos. En 1993 lanzó su marca y sus primeros perfumes, y hoy es un perfumista de culto que inspira a otras narices, maestro en combinar ingredientes clásicos con flores fantasiosas. Sus aromas atraviesan toda la pirámide olfativa, intensos y a la vez ligeros. Su maison –como dice él– está formada por 24 personas, que producen 100.000 perfumes al año que se venden en Saks, Liberty London o Galeries Lafayette. Jacqueline Kennedy fue una de sus primeras clientas.
¿Suele inspirarse en mitos y leyendas?
Sí, también en sueños y en deseos. Pero la mitología es una gran fuente de creación. La serie Mare Nostrum la iniciamos con Aura Maris, que nos transporta a la antigüedad, al Tirreno. Y, en cambio, Teint de neige te lleva a la Belle Epoque, a sus noches opulentas…
¿Grasse sigue siendo un emblema de la producción de las mejores flores?
Todavía hay algunas producciones importantes en el sur de Francia, donde todavía se cultiva la lavanda, el jazmín y la rosa, y están empezando a hacer iris. Pero yo tengo provedores en todo el mundo: en Indonesia, Zanzíbar o Madagascar, donde obtenemos el el ylang ylang… Y también participamos en las producciones de vainilla en la isla de Mayotte, en en canal de Mozambique.
¿Cual es su ambición?
Mi primera ambición era de la hacer fragancias excelentes, con ingredientes preciosos. El arte del perfume, y no el marketing. Un pintor o un músico no hace un estudio de mercado antes de crear. Quieres expresar algo que está dentro de ti…
¿Se considera un artista del perfume?
Prácticamente solo soy eso. Las tendencias olfativas no me importan nada. Hacer un perfumino buono no es difícil, pero expresar una emoción profunda, hacer algo verdaramente nuevo que solo anida en tu pensamiento, eso es muy complejo.
¿Ha intentado reproducir el perfume del desierto?
El perfume del desierto es una idea mística, porque el desierto es muy rico y cambiante. Hasta su silencio es rico, y no hueco. Capto ideas y escojo ingredientes para para crear una atmósfera que me lleve al desierto.
¿En qué consiste su proceso creativo?
Parto de un deseo, de una visión, y hay que fragmentarla en pequeñas piezas, que son los ingredientes. Se pueden agrupar por tipología, o bien crear un diseño simple para ver si tiene sentido. Es algo parecido a la pintura zen: partes con cinco o diez ingredientes máximo como estructura, ya sea floral, afrutada o verde. Busco un cuerpo equilibrado del tipo de flores que tengo en mente… Con tres cuerpos pruebo a equilibrarlos, y mezclarlos en diferentes proporciones, y entonces se van transformando los olores.
¿Cuál es su flor preferida?
Las flores clásicas son fantásticas, como la rosa o el jazmín, pero mi preferida se llama osmantus: una flor china. Su extracto se obtiene mediante una destilación molecular.
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