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Antígona y la profecía autocumplida

Cuántas veces se habrá escenificado Antígona en la historia de la humanidad desde su primera representación en el 441 a.C.? ¿De qué lado habrá estado el público en cada ocasión? La versión de David Gaitán que ahora se representa en las Naves del Matadero de Madrid demuestra cuán vigente sigue el mito, y cómo puede revisarse desde una mirada contemporánea. Los conflictos fundamentales del individuo –hombres y mujeres, viejos y jóvenes, deber y libertad, desobediencia civil y justicia, también la dificultad de gobernar– van sedimentando la tragedia de Sófocles que Gaitán baja al lenguaje coloquial, donde no faltan los tacos ni los diminutivos. El espectador recibe una ración de auténtica clarividencia: los antiguos lo dejaron todo escrito.

La ‘Antígona’ de David Gaitán en el Teatro Español

La función arranca con una frase pegadiza, igual que el estribillo de la canción del verano: “El melodrama es el veneno de este pueblo”. La pronuncia Clara Sanchis, que encarna a la Sabiduría, quien asegura que lo melodramático se ha adueñado de nuestro pensamiento. Así, seguimos atrincherados en dos polos opuestos, sin saber discernir la amplia gama de matices que enmarca el misterio de la vida. Porque el juicio a Antígona es el del todos.

El padre de Edipo, Layo, del que este heredó el trono tebano, era un hombre, sí, pero recibió una advertencia del oráculo: si alguna vez engendraba un hijo, el niño, una vez adulto, le mataría. Así fue, y la tragedia se cebó con su familia. Sófocles apuesta por la ley de los dioses porque advierte la corrupción de la ética de la democracia. Pero esta Antígona –que inter­preta Irene Arcos– también trae un aliento
de humanidad resaltando la complejidad del teatro político cuando sus personajes dicen bien alto: “El simplismo es la peste de nuestro tiempo”. Una sentencia que recorre la espina dorsal de esta sociedad infantilmente dividida.

En nuestro mundo las profecías carecen de sentido, excepto las que analizó el sociólogo Robert Merton, las llamadas profecías ­autocumplidas. Nada tienen que ver con dioses ni con lo sobrenatural. Son humanas, aunque ­están cargadas de fe. Por ello, cuando que­remos desafiar teatralmente al destino y ­de­cimos “moriré joven como mi padre”, o “aca­baré con un cáncer”, siempre está quien nos ­regaña y protege: “¡No tientes a la suerte, no ­digas estas cosas!, y toca madera”. Merton puso un ejemplo clarísimo: en 1932 se corrió el rumor (infundado) de que el Last National Bank norteamericano iba a quebrar inminentemente, y todos sus clientes corrieron a retirar su dinero. Efectivamente, tras semejante seísmo, el banco se declararía insolvente, y así se cumplía la profecía que adelantaba su ruina. La lección que Merton saca se resume así: “La parábola nos dice que las definiciones públicas de una situación (profecías o predicciones) llegan a ser parte integrante de la situación y, en consecuencia, afectan a los acontecimientos posteriores”. Y es que basta que definamos una situación como real y convenzamos a otros de que así lo crean para que lo sea en sus consecuencias.

De la probable victoria de Ayuso el 4-M a la debacle que algunos anuncian que se cierne sobre la economía española, gran parte de los procesos sociales de nuestro tiempo se resuelven como profecías autocumplidas: anuncio lo que va a suceder y, a base de repetirlo con (supuesta) autoridad y convicción, de extenderlo como una certeza, consigo que la gente cambie su percepción, acepte la mía y haga realidad mis expectativas.

Apartado de los dioses y el pensamiento mágico, Occidente ha dejado el fatum en manos de la estadística. El pensamiento crítico adelgaza, y las corrientes de opinión polarizadas y en bloque crean una falsa realidad, aderezada con fake news , que nada tiene que ver con lo que de verdad importa: dejando de lado la profecía, Antígona quería enterrar a su hermano muerto en un mandato más humano que divino.

La Vanguardia, 10 de Abril 2021

Publicado en Artículos La Vanguardia

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