¿Qué es una tipa? No, no es lo mismo que una tía, aunque de ambas se ignore su nombre. Una tipa es un bicho raro. Puede ser una tipeja o una tipa cojonuda, da igual. Alguien que inspira la feminización de la misma forma con la que se señala coloquialmente a quienes se salen del guion: un buen tipo, un tipo extraordinario, o despreciable. Las mujeres no solemos nombrarnos así: sí decimos mira esa tía, incluso esa bicha.
A veces robo palabras del vocabulario masculino, igual que de universitaria probé el carajillo, y he comprobado que tipa desagrada a mis colegas. Consideran dicho artefacto lingüístico como un signo de condescendencia y fanfarronería, también un modo de trasvasar cualidades improbables en una mujer. Nuestras hijas, en cambio, nos dicen en modo exclamatorio “¡tío, qué ilusión!”. Al principio pensé: menudo borrado, pero ellas manejan el lenguaje como las prendas unisex –que es más español que genderless , reivindica el diseñador Palomo Spain–.
En 1966 Saint Laurent subió a la pasarela modelos enfundadas en esmoquin; fue una auténtica revolución, aunque Carmen Amaya lo hubiera hecho antes. Qué placer producía la contundencia estética de un sastre sobre curvas. “Masculino-femenino”, titulábamos en las revistas de moda, complacidas por la épica de la androginia. En mi caso nunca fantaseé con ser chico, a pesar de que las faldas me resulten latosas. Eso sí, una vez transcurrida la edad de la inocencia tuve que oír cómo me arrojaban con veneno aquel “eres como un hombre”.
Hoy, día internacional de la Mujer, podemos intercambiarnos cocinas y naves espaciales, también reconocer que hombres, mujeres y trans nos aburrimos por igual en el parque infantil. Han caído algunos mitos y otras tantas corazas. Pero nuestro burgués empoderamiento apenas nos deja intuir a las refugiadas en pandemia, las inmigrantes con hijos que llegan en patera, las mujeres de la limpieza maltratadas, las trabajadoras precarias, las africanas en el arcén, las huérfanas por la violencia machista. Siguen siendo las más pobres, las más vejadas, las más invisibles. Ni tías ni tipas, son supervivientes a secas. A millones.
Acaso sea momento de empezar a valorar hitos, grandes e ignotos, instaurados por mujeres.
La primera novela, antes que nuestro Quijote, antes que El Conde Lucanor y sus enxiemplos, antes incluso que el Decamerón del gran Bocaccio, fue la historia de Genji , escrita por una mujer, la japonesa Murasaki Shikibu hace más de mil años.