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Política y billar

Se extiende por doquier la pre­gunta que se hace Yuval Noah Harari al describir las ambiciones, tan alejadas de lo real, de los líderes mundiales: “¿Hay algún adulto en la sala?”. La ambición política, como el billar, es un juego de cálculos, carambolas y rebotes en pos del emboque ganador, aunque no sea en una tronera, sino en las urnas. Un espectáculo de palos. Pero, a diferencia del snooker o el pool, tiene hoy poco de fair play.

Inés Arrimadas y sus afines –que denuncian el entufado caciquismo murciano– iniciaron la partida con un ruidoso saque en forma de moción de censura al que el Partido Popular, con Teodoro García Egea al taco, respondió con dos inesperadas carambolas: primero la de los tres ciudadanos tránsfugas y después la de la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas en la Comunidad de Madrid por Isabel Díaz Ayuso, que no soporta ver jugar a los demás sin remangarse. Pero en el billar la precisión es tan importante como la estrategia, y Casado y su cúpula no contaban con un rival inesperado en el tapete: Pablo Iglesias, que clavó un sorprendente tiro que quedará en los manuales. “Bajar al barro”, lo describió Pedro Vallín al dar la exclusiva de su dimisión. “Nuestro Messi”, pensaron los suyos. Y Díaz Ayuso, sin contar hasta cinco, banalizó el fascismo en el programa de Ana Rosa: “Cuando te llaman fascista es que lo estás haciendo bien”, además de apropiarse de la autoría indirecta de la maniobra: “España me debe una: hemos sacado a Pablo Iglesias de la Moncloa”.

El juego no ha hecho más que empezar, mientras esperamos las vacunas e infinidad de vidas torcidas intentan enderezarse. Pero tanto se ha complicado la partida que quienes fueron saludados como artífices de una nueva política –la revolución naranja o la ola morada– frente al bipartidismo han superado ya las cien noches del título de la novela de Luisgé Martín: según las pesquisas de sus detectives sexuales, eso es lo que dura la atracción sexual pura. Cien polvos. Después, infidelidad o mucha imaginación.

Se dice que Albert Einstein calculó los posibles tiros en una partida de billar: seis millones. Y el cinéfilo de Iglesias recordará las palabras de Rudolf Wanderone, el auténtico Gordo de Minnesota, jugador casi tan legendario como el personaje que inspiró en El buscavidas : “Cuando jugaba al ­billar era como un buen psiquiatra: curé a muchos de sus ilusiones y fantasías”. Solo que ahora somos nosotros quienes, sin darnos cuenta, jugamos a los psiquiatras observando a los políticos untar nerviosamente el taco con tiza y saliva.

La Vanguardia, 17 Marzo 2021

Imagen por Christian Wiediger en Unsplash

Publicado en Artículos La Vanguardia

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