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Meghan y Enrique, príncipes del pueblo

DANIEL LEAL-OLIVAS / AFP

La fama, esa religión laica en la que ascienden nuevos dioses mediáticos, ha entronizado a los duques de Sussex, Enrique y Meghan. La audiencia de su entrevista con Oprah Winfrey en la CBS triplicó a la de los Globos de Oro con 17,1 millones de espectadores en directo (Antena 3 la emite esta tarde en España). El lugar donde revelar intimidades reales debía de ser elegido cuidadosamente: un espacio neutral, elitista. Una arboleda recortada sobre el azul pacífico; los tres sentados bajo un porche que lograba armonizar los tacones de doce centímetros de Meghan, el traje sin corbata de Enrique y las botas camperas de Oprah, vestida de rosa (incluidas las gafas) porque las transgresiones deben ir acompañadas de nubes de azúcar. Una escena en las antípodas del eclecticismo palaciego de la concedida por Lady Di a la BBC en 1995. Un santuario con alfombra de cáñamo capaz de liberar tensiones, de hacer fluir la oxitocina, que aumenta en las mujeres embarazadas y les procura una inviolable aura de credibilidad.

Meghan y Enrique quisieron desvelar secretos para ser más queridos y ganar más dinero. En muchos lugares del mundo la gente compra souvenirs con sus rostros porque representan el anticuento de hadas. Perpetúan la historia de la princesa triste y del gallardo esposo que la rescata, y juntos emprenden la huida, en este caso en avión privado.

Lo estudió, siempre en avanzadilla, Margarita Rivière en su ensayo La fama. Iconos de la religión mediática (Crítica, 2009). En él analizaba desde una perspectiva religiosa el constructo mediático de la fama, entendida como condecoración moral: ser celebrity es el premio, ser anónimo un castigo. “Los primeros gestores de su fama e imagen pública fueron quienes transformaron el carisma del héroe en el aura del santo y luego en la santificación del genio”, escribía.

En el proceso de canonización argumentado por Rivière, los duques de Sussex reúnen los elementos necesarios para cautivar al planeta. Un menú suculento de poder, tragedia y conflicto. Y pasado. El fantasma de Lady Di. Las barbillas levantadas de Buckingham. El inexorable fatum que le hacía exclamar al Ricardo III de Shakespeare: “¡Cuánto pesa esta corona!”. Las guerras fratricidas de los Windsor. Como la abierta por Eduardo VIII y su divorciada esposa estadounidense (igual que Meghan) Wallis Simpson, que tras abdicar en su hermano se convirtió en apátrida, como ahora Enrique.

La escritora Dubravka Ugrešic –autora de La edad de la piel (Impedimenta)– comparte la tesis de Rivière: “Esta bóveda celestial contemporánea está habitada por infinidad de nuevas deidades. Más rico incluso que el desordenado mundo cristiano. Meghan Markle y el príncipe son solo dos de los numerosos dioses de nuestro tiempo: los adoramos, besamos sus pósters sobre nuestras paredes antes de irnos a dormir, los seguimos fielmente”.

Tras su confesión televisiva –depresión, pensamientos suicidas, racismo por parte de algunos royals – su relato multiplica el morbo, servido ya en las casas de todo el mundo. Su vida pública, que palacio había pretendido cancelar junto a sus cuentas bancarias, sus títulos y la relación familiar, se ha convertido en un reality show con vis de ejemplaridad. Y el mundo quiere recompensarlos por ello. Una vez más se produce un híbrido entre realidad y ficción: unos nuevos príncipes del pueblo expulsados de “la firma” –así se denomina a la casa real, con su ejército de consejeros, secretarios, criados y demás trabajadores– dan continuidad lejos de las pantallas a la serie The crown . Y abren una brecha entre la obediencia debida y la transgresión inadaptada. Pero también demuestran cuán intenso es el grado de estupidez de una sociedad, una vez desterrado el valor simbólico de la cultura, que ha sido sustituido por el santoral de la fama.

La Vanguardia, 13 Marzo 2021

Publicado en Artículos La Vanguardia

Un comentario

  1. Calculadora, dominante y actriz.
    Niña mimada americana que no pudo soportar lo que había aceptado al casarse con Harry: lealtad a la corona, protocolos y una vida en la que tu imagen será escrupulosamente observada, al igual que sus movimientos, por el mundo entero.
    Mucho mejor renunciar a todo eso, volver a USA y llevar la vida de antes con sus “best friends” sin tener que renunciar a nada y con la posibilidad de ser “rich and famous”.
    Esa es la realidad, clara como el agua… y el pobre Harry que está loco por ella nunca lo habría sospechado.
    Menos mal que “The Crown” es lo suficientemente inteligente y tiene ya mucha práctica como saber redirigirlo. Es tan inteligente que nunca hará Rey a su hijo Carlos… menos mal que la reina Isabel sigue en el trono…
    El ser humano lo quiere todo pero sin tener que arrugarse la camisa… es la cultura en la que vivimos… Los políticos de nuestro país son el mejor ejemplo. Esto es sólo un ejemplo más de codicia y falta de humanidad.
    Es deprimente… que hace falta para que nos demos cuenta? Una Margaret Thatcher?

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