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La lata de envejecer

Las vemos en las tiendas, empujando un trolley o un cochecito vacío. Se apoyan en ellos para avanzar paso a paso, en lugar de utilizar un andador: coquetería obliga. Los labios pintados, el pelo brillante, medias descanso y zapatillas deportivas, dispuestas a conjurar aquella frase de Camus: envejecer es pasar de la acción a la compasión. La recuerda Oscar Tusquets en su último libro, Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo (Anagrama), en el que reflexiona sobre el paso del tiempo y sus humillaciones, aunque en verdad se trate de una travesía contra la fealdad de nuestra existencia.

Podría ser otro libro de lamentos y abandonos, y, de hecho, Tusquets desgrana con ingenio varios adioses: el del oído, los viajes lejanos, el sueño sin interrupciones, las articulaciones, la vista, el deseo sexual, la memoria, los colaboradores o la belleza. También añade la capacidad de crear, pero dada su abultada actividad debe tratarse del horror vacui que invade a cualquier artista. Su panfleto está desprovisto de la saudade de Pessoa y de la flema británica, impropia de un posmoderno que se aburre en el campo. Es un dietario trufado de citas y anécdotas históricas. Pero su evocación escapa de las fibras nostálgicas, y, en cambio, exalta la belleza como actitud centrífuga.

El arquitecto y pintor escribe su particular “Yo me acuerdo” de una Barcelona antigua: desde la locomotora a vapor, los taxis que cargaban carbón, el repartidor de hielo en coche tirado por un caballo, el farolelo con su pértiga, los matinales de lucha libre en el Price, donde las trapecistas llevaban carreras en las mallas… Escribe con el desenfado propio un privilegiado para reafirmar la confesión de Montaigne: “La principal ocupación de mi vida consiste en pasarla lo mejor posible”.

Tusquets desgrana una sabiduría que bebe del humor negro, ¿o acaso envejecer no es reírse encima de uno mismo? Aunque nos recuerde que para Pla significaba “tener permanente frío y miedo a caerse”. Occidente envejece al galope. La pandemia ha incidido aún más en el bajo índice de natalidad. Nuestras sociedades pronto albergarán ciudades-geriátricos deshumanizadas. Y la estampa sórdida del derrumbamiento físico, y también moral, de muchos mayores nos acompaña. A todos nos corresponde mejorar ese clima inestable con mejores pensiones, asistencia y red, además de aumentar su prestigio social. Vamos en la misma dirección, y parecemos incapaces de proyectar una vejez como la edad en la que se desea, como Oscar Tusquets, comer un melocotón de viña.

La Vanguardia, 24 Marzo 2021

Publicado en Artículos La Vanguardia

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