El hijo del empresario que construyó el milagro español de Don Algodón comenzó a estudiar interpretación cuando dejó el fútbol y a día de hoy esa es su gran pasión.

Pepe Barroso (Madrid, 24 años) me llama a través de Facetime desde Tulum, en la Riviera Maya: arena blanca, mar turquesa, respiración lenta. Viste de lino. Trae de vuelta el verano. Son sus 11 de la mañana, y está a punto de empezar jornada de rodaje de No estás solo, una película de suspense dirigida por Beto Gómez donde comparte cartel con la actriz Minnie West.

“Estoy disfrutando como nunca. Ha sido una locura rodar con la Covid, pero el equipo ha luchado para hacerlo posible… ha sido un ejemplo, un mensaje bonito”, dice.

Cuando buscas “Pepe Barroso” en Google aparecen más de un millón de resultados. Su notoriedad ha oscurecido la fama del padre, el audaz empresario homónimo que triunfó en los 80 con aquel milagro español llamado Don Algodón. Su hijo mayor, nacido de su matrimonio con Mónica Silva, siempre fue el protector de los tres hermanos, un torbellino que no le tenía miedo a nada.

No andaba, corría. Tal vez por ello, habla rápido, aunque a la vez transmite calma. Repite dos verbos a lo largo de la entrevista: “malgastar” y “aprender”. “Cuando era pequeño hablaba poco, decía que no quería malgastar las palabras como si tuvieran fecha de caducidad, como si hubiera un límite”, recuerda. Ahora, no quiere malgastar tiempo, ni belleza: “He sido un privilegiado, he podido elegir, luchar por lo que me he propuesto, pero hay muchas personas que no tienen esa suerte”.

Su madre recuerda que de niño se quedaba impactado cuando se cruzaba con un mendigo. Preguntaba. Mal dormía. Desde hace años conversa con ellos. “Me impresionaba que se pudiera pasar de largo ante uno, sin apenas mirarlo ni darle los buenos días. A veces me iba llorando después de hablar con ellos, pero me decía: qué vida tan interesante ha tenido, cuánto podemos aprender de él”.

Hoy ejerce la solidaridad sin presumir. En UCLA estudió Progreso internacional y globalización en regiones en desarrollo; eligió algo que pudiera aplicar a la vida. “Sería un hipócrita si digo que vivo para mejorar el mundo, siempre me acuesto diciendo que no es suficiente: vivo con esa impotencia”

La moda le llegó por accidente. Un verano, el fotógrafo Bruce Weber empezó a hacer fotos a aquel niño en una playa caribeña; años más tarde, convertido en uno de los mejores modelos masculinos españoles, posaría para él. Al principio le daba vergüenza. Pero se lo tomó como una aventura –“la palabra reto no me gusta”, afirma–. 

Le llamó la atención el exotismo de ese mundo, pensó que viajaría, que lo sacaría de su lugar de confort, que aprendería. No se equivocaba. Solo este año, con la pandemia de por medio, ha protagonizado campañas para Giorgio Armani, Liujo, Bvlgari, Hackett y Massimo Dutti. Considera que el buen gusto responde a la simetría y a la simplicidad. Y a pesar de llevar camisetas, dice que le encantaría, algún día, ponerse un traje diferente cada día, clásico, de Savile Row, con una gabardina setentera.

Se define como soñador y romántico. Y ha sido perseguido por su noviazgo con Tini Stoessel, la actriz que interpretaba a Violetta en la serie emitida por Disney Channel. “Si estoy con alguien me desvivo –dice–; es bello poder encontrar esta persona con quien compartir sueños, una relación en la que se genere tanta confianza que se convierta en parte de ti….” Hoy no tiene novia. Confiesa que a veces se ha arrepentido de no dar un paso adelante. Y también que de pequeño le escribía cartas de amor a su madre.

Le pregunto si no utiliza jerga, porque su vocabulario es cuidado, me responde que sus amigos sí. Y al rato comenta que tiene fama de colgueta. No simpatiza demasiado con las redes sociales. “Han ensalzado ese mundo frívolo. Además, soy malísimo con el teléfono, no le tengo apego, soy más analógico que digital. Las redes resultan un buen lugar para dejarse ver a nivel profesional pero a mí me gusta proteger mi privacidad, mi libertad, aunque quizás sea una batalla que voy perdiendo”, razona.

¿Cómo se leva con su belleza?

No lo valoro. Mira, por ejemplo, aquí, en el set, fui uno de los primeros en entrar a rodar; la segunda semana llegó una actriz y dijo: “¡pero ni no hay espejos!” Y era verdad, ni me había fijado. Apenas me miro. Si se trata de belleza física, no lo aprecio, no me genera una gran ilusión que me lo digan, si es interior es distinto…

¿Ha sufrido alguna experiencia de acoso?

Sí, alguna he tenido. Algo fuera de lugar, muy desagradable… Le ocurre a mucha gente de este sector, pero prefiero no señalar. Pude pararle bien los pies.

¿Qué le enseñó el fútbol?

Más allá de la competición, de la disciplina, de la forma de superarse, a nivel más profundo, a compartir vestuario con gente de diversas procedencias que se unen por una causa. El equipo se convierte en tu familia. Convives de forma cruda y ruda. Aprendes de cada uno de ellos, de repente un jugador parece que va a tocar el cielo con 15 años, ha llegado su familia de un lugar muy humilde, tiene una lesión, y el equipo deja de contar con él. Es increíble cómo luego vuelve a remontar, es un ejemplo enorme.

¿Y cuándo fue a la Universidad lo dejó?

Me llevé una decepción. Fui a estudiar a UCLA, y allí el deporte es otra cosa… Jugaba de portero, como mi admirado De Gea. Me desviví mucho y me lo curré, pero en el campo me faltaba garra. Sentí que estaba malgastando mi tiempo, y me di cuenta que lo que me hacia ilusión no era ser jugador de fútbol, sino del Atlético.

Su familia, en Extremadura, tienen caballos españoles, y usted monta desde pequeño, ¿qué significan para usted?

Es un animal que siempre he admirado un montón. Me sorprende todo de él: su carácter, la nobleza, la lealtad que te transmite, la sensibilidad muy especial: al principio, cuando te tira, se produce, batalla de confianza entre el animal y el humano. Son momentos bruscos. Pero tienes que volver a levantarte y as montarlo, para que ganar esa confianza. Me gusta mucho lo que dice Jenofonte, alumno de Sócrates: el caballo es un animal libre que el ser humano le utilizado para trasladarse, trabajar, pasear, para terapias emocionales, y antaño para ir la guerra en primera línea de batalla, sin titubear.

Ha aparecido en series como ‘Alta Mar’, ’45 revoluciones’, ‘Patria’.. ¿Cómo le picó el bicho de la interpretación?

Cuando dejé el fútbol sentí un vacío importante. Y, para llenar el tiempo, me apunté a la escuela de interpretación de Lee Strasberg, también para desestresarme y quitarme vergüenza, esa parte introvertida de mí. Me gustó tanto que me dije: “cuando acabe la carrera me voy a dedicar a esto”. Y aquí estoy. Hoy es mi pasión.

Magazine La Vanguardia, 20 Diciembre 2020