Seguimos nombrando a Dios, creamos o no en su existencia, en una costumbre fijada por el idioma, aunque se haya alejado del sentido original. En las despedidas cruzamos adioses, palabra que se hizo independiente uniendo la preposición y el nombre y se pluralizó de forma politeísta. Adeu , adieu , addio … las lenguas románicas no han despegado la divinidad de los labios, y tampoco lo ha logrado el inglés, que se contentó con contraer el God be with you del final de la misa en el goodbye de despedida. Me detengo en una expresión que todavía escucho con frecuencia, mezcla de aceptación de una voluntad superior y nuestra humana impotencia: “Si Dios quiere”.
Su origen se encuentra en la costumbre musulmana de nombrar siempre a Alá –“In š ā All āh” (si es la voluntad de Dios)– en la fe de que, si no, el deseo o plan acariciado podría fracasar. En nuestro acervo de dichos y refranes perviven todavía, si bien cada vez menos en uso, una treintena larga de expresiones relacionadas con la palabra dios . Constituye un buen testimonio del profundo arraigo del deísmo en nuestra civilización. No solo la pronuncia Concha Velasco en el teatro Quijano cuando dice que si Dios quiere, regresará a los escenarios, también Berto Romero afirma, con esa humildad propia de los grandes, que si Dios quiere, fracasará de nuevo. He oído a escritores ateos afirmar que si Dios quiere terminarán la novela en marzo. Y a Sergio Ruiz, el chófer chivato de Luis Bárcenas, decir en las grabaciones del caso Kitchen: “A ver si Dios quiere que cuando salga el señor [Bárcenas] estoy yo en Ávila”, en referencia a la academia de Policía en la que quiere ingresar.
“¿Dónde está Dios?”, nos preguntamos tras siete meses de pulso con una realidad cruel y desfigurada. Vivimos un tiempo de enfermedad, tan colonizadora que es capaz de fracturar la línea del tiempo. Incineramos a nuestros muertos –1.132.300 personas han fallecido por el coronavirus en el mundo– mientras, desde la tribuna del Congreso, la ultraderecha alimenta la nostalgia del régimen nacionalcatólico, muy alejada de la idea del Dios que es amor, y en las antípodas de la última encíclica del papa Francisco, titulada Fratelli tutti , en la que critica los desbarajustes del neoliberalismo, el racismo “siempre al acecho” y la condenación de tantos pobres que nunca podrán escapar de la miseria. Algunos llaman a Bergoglio Papa comunista ; quizá les soliviante su radical coherencia frente al voto de pobreza: recordemos que es el único Sumo Pontífice que no habita entre las aterciopeladas paredes del palacio Apostólico del Vaticano, sino en la Casa de Santa Marta, administrada por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Parece que aquel Dios severo e implacable del que tantos jóvenes que no podíamos entender la castidad obligada nos escindimos, el Dios iracundo y flagelador defendido desde una falsa piedad con mentalidad censora, se desdibuja en la hermenéutica de estos nuevos tiempos. Hoy ya no es Dios quien nos vigila, sino las cookies y los algoritmos, Google, Microsoft, Facebook, Apple o Huawei, los gobiernos y sus cámaras de videovigilancia… Y tampoco es él quien riñe, sino los políticos, ensimismados en su bronca partidista. La sobredosis de realidad nos obliga a mirar de frente a los problemas, sintiendo que todos estamos en la misma barca, así lo dijo Bergoglio: “Con la tempestad cayó el maquillaje de aquellos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos, siempre pretenciosos de querer aparentar. Y nos ha mostrado nuestra pertenencia como hermanos”.
Las nuevas pandemias y los intereses de la industria farmacéutica, el populismo y el debilitamiento de la democracia, la creciente desigualdad, la persistencia del desempleo, la devastación ecológica, el sentimiento anti-inmigración o el aumento de patologías psíquicas y conductas sociales anómicas son algunos de los desafíos globales en el horizonte inmediato del mundo. El sociólogo alemán Ulrich Beck, que acuñó el concepto sociedad de riesgo , sintetizaba el cambio de paradigma distinguiendo: “En situaciones de clase, el ser determina a la conciencia, mientras que, en situaciones de riesgo, sucede al revés: la conciencia determina al ser”.
Una nueva ética colectiva nos desnuda al tiempo que nos fortalece. ¿Quiénes somos sin el otro? ¿Hasta dónde es capaz de hacer el ridículo nuestra soberbia? Y la búsqueda de la espiritualidad es consustancial a toda crisis del pensamiento materialista. La práctica del yoga, tan generalizada, resulta una forma de hacerse leve, a la vez que la meditación garantiza calma y orden interior. Conozco a no creyentes que rezan el rosario durante su hora de piscina: veinte largos, cinco por misterio. Mantras de la infancia que les ayudan no solo a respirar mejor bajo el agua, porque desde el fondo de su alma desean firmemente que Dios quisiera, que estuviera de nuestra parte, y que, además de acompañarnos en la dura convivencia con el mal, intercediera para amansar el virus, doblegar las miserias politiqueras y reconfortar al moribundo que clama, como Jesús clavado en su cruz, “¿Dios mío, por qué me habéis abandonado?”.
Siempre me ha parecido que tiene un cierto toque entrañable el uso de alguna de las expresiones. Un poco como recordar a la abuela y todo lo que conlleva. Unteresante post.