Emerge una sociedad en bragas y calzoncillos, presta a exhibir sus fajas para el lumbago y sus compresas contra la incontinencia. Una sociedad impúdica y grotesca, contraída por su olor a dormitorio cerrado, pero poseída a la vez por una desinhibición que induce a rebuscar entre la basura. Los límites de la urbanidad y la convivencia se han traspasado, y, cómo ocurre en algunas parejas, sus miembros difícilmente podrán borrar faltas de respeto y humillaciones. Las redes sociales, correas que transmiten la pérdida absoluta del respeto hacia el otro, jalean el hostigamiento y el odio.Son asombrosos algunos políticos: su única obligación consiste en patalear, y dedican sus mejores horas a poner tuits para sacar su patita, que suele ser peluda y con garras. “El lunes obliguemos a los mafiosos a dimitir” escribe Santiago Abascal, que se refiere al presidente del gobierno como “el tirano Pedro Sánchez”. “La soberbia, el despotismo y la falta de empatía es (sic) lo único que inspira la acción del psicópata. Este hombre es un peligro para la seguridad nacional” afirmaba Rosa Díez, que animó al hastag #PsicopataSanchez. Y mucho ha corrido el malicioso acrónimo ‘IDA’, que lamentablemente se utiliza para nombrar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, e incluso es denominada de tal modo en columnas de prestigiosos periodistas. La recurrencia al trastorno mental es un asunto de calado. ¿En qué mundo la locura, es decir, la enfermedad, puede ser un insulto? Porque esta sociedad que ahora muestra sus varices y sus granos, desacomplejada hasta el infinito, recurre a las patologías psiquiátricas a fin de manchar la reputación del otro. Cómo deben de sentirse los bipolares o psicóticos ante la descontextualización de su mal, servido en bandeja mediática como la cabeza del Bautista.La opinión se ha convertido en la verdadera puerta giratoria. Visibilidad a cualquier precio. Aunque sea hablando de almorranas. En los platós de televisión, los ex mandatarios se reciclan en tertulianos, animosos por participar en el espectáculo que tritura la reputación ajena. Veo a una veterana presentadora augurándole un ictus a un compañero, sin ser capaz de retener su aversión, y por unos momentos envilezco al ser espectadora de tan deplorable envite.¿Qué persiguen tantas lenguas desatadas que profieren insultos y mensajes cargados de odio? Parece como si, al tiempo que la Covid-19 arrasa nuestro país, la ciudadanía se hubiese contagiado de la crispación y la polarización que tienen bloqueado al país. Y a Madrid, en estado de alarma, con un fuego cruzado que nos aturde.Retrocedemos. Y no solo en pobreza: el virus se ha cargado dos décadas de lucha contra la extrema precariedad. Pero también perdemos una tradición basada en el diálogo y el encuentro -que hoy nos parecen tan lejanos, aunque sean los valores sobre los que se sustenta el restablecimiento de la democracia tras cuatro décadas de dictadura franquista-. Aumenta el número de usuarios de Twitter, Instagram o Facebook que llenan la hora y 39 minutos que, según el informe Digital 2019 -realizado por la plataforma Hootsuite y la consultora We Are Social-, dedican los españoles de media diaria, provocando, atacando, desinformando y/o esparciendo odio desde las trincheras virtuales. No atravesamos tiempos de relatos conciliadores, sino una pandemia de extremismo y enfrentamiento irreconciliable.Confluyen varios factores que propician este clima maníaco. Para empezar, el modelo de sociedad de la información-espectáculo, donde inmediatez y populismo se han colocado al mando, y todo – ya se trate de declaración, reflexión, acción o negociación – se convierte en show; en segundo lugar, el estrés al que está sometida la ciudadanía, asustada ante el repunte de contagios, y marcada por las previsiones económicas que anticipan la hecatombe, y que algunos quieren aprovechar para atentar contra las pocas instituciones que no están paralizadas. Sin despreciar la irrupción de una extrema derecha, que ha desbocado la bronca, convirtiendo la rivalidad en saña, cambiando las reglas del juego y pervirtiendo el rumbo del futuro.Leo en Letras Libres a Andrew Sullivan reflexionando acerca de la dificultad de debatir, así como del espíritu verdadero del liberalismo. “Es un espíritu que trata con argumentos –no personas- y contrasta esos argumentos a través de la lógica, no del insulto. (…) Es un espíritu que a veces se complace en el error, porque le ofrece la oportunidad de descubrir lo que es correcto. Y es generoso, con sentido del humor, y defiende con elegancia su amor por el debate y la discusión. Es un espíritu que te proporciona un espacio para pensar, y reflexionar y deliberar”, escribe.Cuán deseable sería que la sociedad volviera a arroparse mutuamente, que de nuevo vistiera civilizada sus frustraciones y su rabia. Que no tuviéramos que soportar este desfile de zafiedad y violencia que abre una nueva brecha, esta vez entre la educación y la barbarie.
La Vanguardia, 12 de Octubre 2020
Buenísimo, Joana Bonet. Te felicito!
Gracias Yolanda!
M’encanta. I molt
No podria estar más de acuerdo, siento que toda aquella educación que mi Abuelo y mi Escuela se preocuparon en darme es una gran carencia en los medios y político-social que nos Representan. Me sigue pareciendo que no somos capaces de tener opiniones libres sin que seamos fachas o de izquierdas o que seas hetero o maricon. Parece que no hemos avanzado más que en el odio . El odio y el miedo solo alimentan esto. What a big pitty