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Cruce de piernas

Recuerdo bien a aquella Bienvenida Pérez cuando fue sometida al polígrafo de Julián Lago, La máquina de la verdad, que inquietaba más a los espectadores que a sus usuarios, un híbrido de aparato de electroshock e invento del profesor chiflado. Se las daba de arribista fina, seductora de medias de cristal y doctorada en las artes amatorias, como si poseyera una planta adormidera en su vientre capaz de manejar a los hombres (siempre mayores de edad). Casada con el diputado tory sir Anthony Buck, tras apenas un año de matrimonio Pérez empezó pronto a salir con el jefe del Alto Estado Mayor, sir Peter Harding, quien la entretenía con sus confidencias top secret . Años después, ella aceptaría tenderle una trampa –a cambio de 175.000 libras– para que el tabloide News of the World captara con sus micros ocultos la conversación galante que mantenían en el hotel Dorchester, en la que él le revelaba asuntos de Estado. Harding se vio obligado a dimitir, y el gobierno abrió una investigación para saber si había desvelado secretos relacionados con la primera guerra del Golfo. Bienvenida, dichosa por la acogida del público español, se instaló en Marbella, empezó a hacer bolos como tertuliana en Tómbola , se casó con su abogado –Eduardo Jimeno– y, a su muerte, heredó una buena fortuna. En el 2017 presentó su candidatura a la alcaldía de Liverpool, que no prosperó.

Corinna también pasea ese mohín avispado que proporciona el no solo haber compartido alcoba con el poder, sino haber sido capaz de tumbarlo. En las entrevistas que va seriando se victimiza en el papel de mujer enamorada que, en sus propias palabras, no quería “formar parte del harén” de donjuán Carlos. Y mientras va desplumando detalles de una vida de mercenaria sentimental, se enardecen las defensas de los monárquicos con sus vítores al rey Felipe VI a fin de difuminar la imagen de su padre. Bienvenida, al igual que Corinna, fue tachada de puta, de cortesana, de conspiradora y todos los tópicos que conforman el estereotipo de la mujer pantera –¿o era araña?–. Pero la valenciana fue una aprendiz comparada con la alemana, que a fin de mantener sus millonarias finanzas y limpiar su reputación revela sus cuitas e intimidades de caza mayor, rompiendo la tácita discreción de las mesdames de Montespan y Pompadour, o nuestras Elena Sanz y Carmen Ruiz Moragas, que siempre, siempre, fueron prudentes. A Corinna, en cambio, cualquier día la veremos en la telerrealidad española, descruzando las piernas con sus medias de cristal.

La Vanguardia, 14 de Octubre 2020

Publicado en Artículos La Vanguardia

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