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Has de cambiar tu vida

¿Cuántas veces hemos escuchado esa voz interior que nos advierte de que aún no hemos aprendido a vivir? O que no vivimos de verdad. Transmite autoridad y reflexión, pero también hace que el miedo y la esperanza recorran nuestra espina dorsal. Como un surtido de galletas, por un momento pensamos que podemos escoger entre una vida vertical y otra horizontal, una productiva y otra nuda. No solo escuchamos la voz desde la enmienda, sino desde la supervivencia: la del alcohólico que debe dejar de beber si quiere seguir viviendo, la de la mujer vejada psicológicamente que sigue enganchada a su verdugo, la del estudiante que se salta las clases postergando un futuro que acabará llegando tras unos pocos cursos, la de la superwoman que se pierde la crianza de los hijos entre informes y horas extra. Algo no estamos haciendo bien cuando el médico, el psicólogo, el profesor, el nutricionista o los propios padres nos dicen: “has de cambiar tu vida”.

Esa es la voz que escuchó Rainer Mª Rilke en el Museo del Louvre frente a la escultura de Rodin “Torso arcaico de Apolo”, una pieza mutilada que aun así transmite vitalidad y hermosura. El poeta es consciente de que la estatua, a la que dedica unos célebres versos, ha sido transformada por el tiempo; no azarosamente, sino en una acción intencionada que es imprescindible llevar a cabo. El soneto termina: “pues no hay sitio alguno/que no te mire a ti. Has de cambiar tu vida”. Rilke fue secretario privado del artista entre 1905 y 1906, en Meudon, donde se despojó de su primigenio lirismo y empezó a perseguir una concepción artística determinada por la primacía del objeto. La visión del torso sin cabeza de un dios de piedra opera una especie de revolución interior. Pero, ¿qué quería decir exactamente Rilke?

Hace ocho años, Peter Sloterdijk, filósofo y catedrático de la Universidad de Karlsruhe, escribió un ensayo que titulaba con la frase de Rilke. “No puede negarse: el único hecho de importancia ética universal en el mundo actual es el reconocimiento, cada vez mayor y difusamente omnipresente, de que así no se puede continuar”, escribía.

Los seres humanos parecen estar hechos para vivir grandes cosas, ¿o acaso no lo son nacer y morir? Pero a menudo arrastramos una colección de días insípidos, en los que ni el aire se mueve. “Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba” leemos en “El Quijote”. Cervantes lo sabía todo: en la desesperación anida esa voluntad de cambio, aunque no sea suficiente incentivo. Es innegable que, hoy, necesitamos nuevas perspectivas a la hora de reenfocar nuestras relaciones con los demás, con las especies animales, con el planeta y su ecología, y hasta con la virtualidad en este último empellón del proceso de transformación digital. “Los cambios siempre son positivos” afirma esa convención social que tanto teme a la afasia de la experiencia. y trata de espantar el acomodadizo inmovilismo humano. 

La llegada de la pandemia ha operado una transformación sustancial: de repente la vida ha mutado, aunque ese cambio aún no haya operado necesariamente en nosotros, que pretendemos adaptar la vida de antes a los escenarios de la nueva anormalidad, esto es: censuradas la proximidad y el exceso de movilidad, prohibido el contacto físico, y, lo más simbólico, bocas tapadas como medida universal ante el contagio. Hoy más que nunca, se impone la definición biológica de vida –”la fase exitosa de un sistema inmunitario”– entorno a la que Sloterdijk reflexionaba en su libro, llegando a afirmar en él que la razón inmunológica será “la sucesora legítima de la metafísica”. Y, de hecho, propone el boceto de una nueva estructura social denominada ‘co-inmunidad’, que apuesta por la inclusión de todas las razas, culturas, intereses y solidaridades locales en busca de una entidad operacional verdaderamente capaz de protegemos. “La humanidad se convertiría en un concepto político. Sus miembros ya no serian los pasajeros de la nave de los locos del universalismo abstracto, sino cooperantes en el proyecto, totalmente concreto y discreto, de un designio inmunológico global”, razona. 

La conciencia compartida del binomio fragilidad-inmunidad ha actualizado el antiquísimo mandato transformador, formateado y comercializado en las últimas décadas por la New-Age y la autoayuda, que cobra nuevas fuerzas en el estos tiempos cargados de incertidumbre. El cuidado de las vidas interconectadas nos atañe a todos. Incluso a quienes se niegan a ponerse la mascarilla para andar por las calles y los que se empeñan en no respetar la distancia de seguridad en tiendas o aeropuertos, como si una clase de omnipotencia los resguardara del virus. Solo a ellos. Aceptar vivir obedeciendo a la imperiosa voz que nos dice “has de cambiar tu vida” significa adoptar en todos y cada uno de los gestos diarios los buenos hábitos de la supervivencia común, sin olvidar el corazón, el único filtro capaz de lavar y secar al sol las miserias humanas. ¡Cambiemos de una vez!

La Vanguardia, 14 de Septiembre 2020

Imagen por Ross Findon en Unsplash

Publicado en Artículos La Vanguardia

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