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Nuestras Karen

El coronavirus ha propiciado la desinhibición de aquellos que, muy seguros de sí mismos, pisan la vida con una venda en los ojos. Vean si no a la alcaldesa de Las Vegas, que declaró que “los virus llevan años entre nosotros” para tachar después de locura el mantener cerrados los casinos de su megaludópolis. Por supuesto recibió todo tipo de adjetivos, de “imprudente” a “villana”, y hasta hubo quien la consideró “una auténtica Karen de Karens”, apelativo que se utiliza en el mundo anglosajón para definir a la minoría de mujeres blancas de mediana edad que rechazan el distanciamiento social y además se jactan de su incultura, produciendo vergüenza ajena. Arquetipo que aflora estos días ante la consciencia de nuestra fragilidad.

Las Karen tienen algo del cuñadismo español, entre el yoísmo, la soberbia –no precisamente intelectual– y el carácter díscolo, también mezquino, que tan bien representan aquí a los anarcofalangistas. Emprenden cruzadas antivacunas y pro muros, y viven instaladas en una queja permanente, salmódica. Su naturalidad a la hora de imponer su ignorancia tiene ramalazos del teatro del absurdo. “Karen empezó siendo un meme negro utilizado para describir a las mujeres blancas que se chivaban de los puestos de limonada de los chicos negros”, tuiteó la organizadora comunitaria Gwen Snyder, según cuenta Kaitlyn Tiffany, que indaga sobre el fenómeno en The Atlantic . Las Karen conjuntan con los Donald, esos hombres que se sienten humillados por tener que llevar mascarilla y menosprecian su eficacia. En España se sienten privados de mariposear con la primavera, y por eso detestan al científico Fernando Simón, del que no les importa su brillante currículum, sino su chaqueta con bolas.

En Madrid, Twitter arde con la más castiza de las Karen. La presidenta Díaz Ayuso declara, como si fuera lo más correctísimo del mundo, no haber hablado con su directora general de Salud, la cual dimitió por no querer firmar la petición de entrada en la fase 1 del desconfinamiento. “¿Para qué la iba a escuchar? –vino a decir–, si yo quería cambiarla porque todos estamos ya jartos” –lenguaje muy Karen–, a pesar de que los coches fúnebres siguen cruzando la comunidad, cucarachas monstruosas que han alterado el mapa colorido con el paso helado de la muerte.

El dinero tiene prisa, apostado en la línea de salida para iniciar de nuevo su frenética carrera. Vivo cerca del hospital La Paz. Las sirenas de las ambulancias se han implantado en el paisaje auditivo como señal de que la vida aún se sostiene sobre una fina cuerda.

Publicado en La Vanguardia

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