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La nueva rareza

Rastreo la expresión nueva normalidad que el Gobierno repite a modo de mantra, un preaviso para interiorizar que los estándares serán otros. Hay que cuestionarse cómo les fue a nuestros antepasados cuando tuvieron que enfrentarse a un novedoso sentido de lo normal. Se trata de una vieja paradoja usada como interrogante existencial tanto en periodos de duelo como en procesos de reorganización de la comunidad. El activista agrario y pensador canadiense Henry Wise Wood se preguntaba en 1917: “¿Cómo pasaremos de la guerra a la nueva normalidad con el menor fracaso y en el menor tiempo? ¿La nueva normalidad debe tener una forma diferente a la anterior?”. Dos años después de las inquietudes de Wise, esa nueva normalidad imponía en EE.UU. la ley seca, gracias a la cual estallaba una burbuja de champán y charlestón, de flecos y mafiosos pegados a un habano.

La caída de las Torres Gemelas el 11-S dejó tan desnudo al mundo, que volvió a recurrir al anticoncepto. Lo normal no puede ser nuevo: no se regresa al mismo escenario, sino que se construye otro. Se instauraron pro tocolos: llegar a un aeropuerto y tener que medio desvestirse convertido en potencial sospechoso. “¡Bendita seguridad!”, dijeron unos, mientras otros arrugaban la nariz, recelosos ante lo que Ignatieff denominó el mal menor . El miedo se cronificó, pero sin afectar al imparable ritmo de las cadenas de producción. Producir, contaminar, competir, ambicionar… Los verbos volvieron a ser tan viejos como en tiempos de Augusto, aunque nuestro ecosistema se llenara de pantallas y nos sintiéramos más ufanos, normales, autónomos.

Con la crisis del 2008 de repente fuimos más pobres. La corrupción se había convertido en práctica conso­lidada ante nuestras pasmadas narices. La clase media se eclipsó, la preca­riedad y el malestar social se gene­­ralizaron… incluso Eurovisión dejó de ser normal. Nos acostumbramos a vivir en suspenso, a viajar como sardinas, a que la expresión lista de espera nos resultara sexy.

Hoy, la nueva normalidad se anuncia distante y retraída. La simpatía social será autocensurada, y los metacrilatos aislarán nuestros alientos desinfectados. “Toda la historia es la historia de luchas entre distintos sistemas inmunológicos”, escribe el filósofo Peter Sloterdijk, que considera a la humanidad un agregado de organismos y no un superorganismo. Y así es: nos tomaremos la temperatura aguardando la vacuna para alterar la normalidad y, una vez inmunes, volveremos a contagiarnos de nuevas rarezas.

Publicado en La Vanguardia

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